martes, 31 de agosto de 2010

CANONIZACION DE SANTA ROSA DE LIMA


 Por: Lita Velasco Asenjo

La noticia de la muerte de Santa Rosa, ocurrida en las primeras horas del 24 de agosto de 1617, circuló como un reguero de pólvora en Lima. Negros, indios, mulatos, nobles, autoridades eclesiásticas, políticas (incluido el virrey y su corte), representantes de instituciones, estudiantes así como pobladores de toda condición se confundieron en el dolor y acudieron presurosos a la casa de la familia de la Maza, donde la joven se había refugiado para pasar sus últimos días

Cronistas de la época señalan que nunca antes se había observado a tanta gente atisbando por las ventanas, en las calles, tratando de acercarse a la santa que, a los treinta y un años de edad, había partido tal como lo vaticinara, un día en que se celebraba la fiesta de San Bartolomé. Tanto en el velorio, traslado de sus restos al convento de Santo Domingo, como en el entierro, los devotos se abalanzaron sobre su cuerpo para tomar un trozo de sus vestimentas o un recuerdo que les aseguraba que continuarían bajo su protección. Hubo incluso algunos buscadores de reliquias que se apostaron en la casa donde vivió, hoy convertida en santuario.

Esta devoción popular y masiva, tributada a una mujer que hasta el final dedicó su vida al prójimo, contribuyó en el proceso de beatificación de Santa Rosa de Lima, proclamada por el Papa Clemente IX en el convento de Santa Sabina, Roma, el 12 de marzo de 1668. La máxima autoridad eclesiástica, además de emitir unos siete breves a favor de ella, dejó estipulado en su testamento que donaba los fondos para la construcción de una capilla en honor de la beata, en la catedral de Pistoya, Italia. Asimismo, encargó una estatua de mármol de ella al artista Melchor Caffá, como regalo para los dominicos de Lima.

OLOR A SANTIDAD

Enterado por el virrey de la muerte de Santa Rosa, el rey de España solicitó a las autoridades peruanas un despacho sobre la vida de la beata de Santo Domingo, de quien se aseguraba había fallecido en “olor de santidad”. Luego del informe, el propio monarca, en 1624, auspició la causa de Rosa y pidió al embajador español en el Vaticano encargarse personalmente de los trámites de beatificación. El Papa Alejandro VII, una vez concluidos los procesos ordinarios y apostólicos, con fecha 24 de setiembre de 1634, concedió una dispensa que permitió acortar el tiempo usualmente requerido para una beatificación.

Algunos autores sostienen que el proceso se aceleró debido a que la solicitud de beatificación, la cual recogía testimonios de su vida y milagros (entre los que figuraban curaciones operadas con sólo pronunciar su nombre), iba respaldada por la firma de “prominentes funcionarios de la Real Audiencia, la Santa Cruzada y la milicia, catedráticos de la Universidad, canónigos de la Iglesia metropolitana, encomenderos de indios y ricos hombres de negocios, que pertenecían a la clase alta” (Hampe Martínez) .

La fama de la santa peruana dio sus frutos en 1668, al ser beatificada y reconocida en todo el mundo católico. Dos años después, el Papa Clemente X, la declaró Patrona de América, Indias y Filipinas, además de otorgarle los honores de la canonización el 12 de abril de 1671, en la Basílica de San Pedro, en Roma. Francisco de Borja y Luis Beltrán, santos nacidos en España, también fueron glorificados en la misma ceremonia.

Dice la tradición, que luego de canonizarla, el Pontífice dijo: “Limeña, bonita y santa, ni aunque llovieran rosas” y en ese instante cayeron del cielo pétalos de esa hermosa flor sobre su mesa …un milagro más atribuido a Rosa de Santa María.

FESTEJOS EN SU HONOR

Tanto la beatificación como canonización de Santa Rosa fueron celebradas en diferentes países de Europa y América, especialmente en el Perú, donde su imagen, con el hábito negro y blanco de los religiosos dominicos, subió a los altares, salió en procesión por calles y avenidas, fue plasmada en pinturas realizadas por artistas de la talla de Angelino Medoro, quien la retrató en su lecho de agonía.

El dominico fray Juan Meléndez describe las actividades que se hicieron en Lima, una vez conocida la noticia de su beatificación, llegada -después de varios meses- el 28 de diciembre de 1668, a través de una carta procedente de Quito, dirigida al virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos. (“Tesoros verdaderos de las Indias”, vol.II, p. 462).

El virrey, en compañía de su esposa, se dirigió al convento de Santo Domingo para dar la buena nueva, donde se celebró una misa en la capilla en la cual fueran sepultados los restos de la santa. El pueblo se enteró oficialmente de la beatificación el 18 de enero de 1669, cuando llegó un aviso desde España con el breve papal enviado por la reina al cabildo de la ciudad. Este fue publicado el 29 de abril, fecha en que se inician los festejos.

El acto inaugural tuvo lugar por la tarde, cuando en el convento de los dominicos se reúnen todas las órdenes religiosas, el Virrey, la Real Audiencia y Cabildo de Lima. Desde ahí salen en procesión, llevando bajo palio el breve papal, con rumbo a la catedral. Fray Meléndez refiere que todos adornaron sus vestidos con rosas de diamantes como símbolo de la celebración al nombre de la beatificada.

Una vez en la iglesia matriz, el arzobispo Villagómez, colocado en la puerta del perdón, junto con otras autoridades eclesiásticas, recibe el documento, se dirige al altar mayor y lo entrega a un sacerdote notario, quien da lectura del breve, tanto en latín como en castellano.

Enseguida, se procedió a descubrir en el presbiterio la imagen de Santa Rosa colocada sobre unas andas, vestida con su hábito y ricas joyas. A sus costados, se encontraban las imágenes de Santo Domingo de Guzmán y Santa Catalina de Siena, también de la orden dominica.

Después del Te Deum, la población se congregó en distintas plazas de la ciudad, donde festejó con fuegos artificiales. En la Plaza Mayor, Cabildo, así como en las torres del convento de Santo Domingo y de otras órdenes se encendieron luces. La ciudad se iluminó para rendirle honores a su santa.

Al día siguiente, Lima amaneció decorada con arcos triunfales hecho de flores, elaborados por los indios. En los balcones colgaban telas y pinturas. Las comunidades religiosas, en distintos puntos de la ciudad, levantaron nueve altares dedicados a Rosa de Santa María.

En la catedral, con la participación de autoridades políticas y eclesiásticas, además del pueblo, se ofició una misa pontifical a cargo del arzobispo. El encargado de predicar el sermón fue el dominico fray Juan Isturizada.

En la tarde tuvo lugar la procesión solemne que, partiendo de la catedral, hizo su recorrido hasta el convento de Santo Domingo. La imagen de Santa Rosa salió en medio de salvas de artillería y el repique de campanas, cargada por los alcaldes de corte, la nobleza, el clero, el capítulo catedral, el arzobispo, el cabildo de Lima, el tribunal de cuentas y la cancillería. Iba precedida por doce niñas vestidas de beatas dominicas con coronas y ramos de rosas en la mano. El virrey transportaba el estandarte con la imagen bordada de la santa limeña.

También acompañaban el cortejo las cofradías con sus imágenes, y las órdenes religiosas con sus santos llevados en andas de plata: Santo Domingo, San Ignacio de Loyola, Santa Catalina de Siena, San Francisco, San Juan de Dios, San Pedro Nolasco.

Doce compañías de infantería española, seis de caballería, así como la infantería y caballería de indios, pardos y morenos, formaban guardia en la Plaza Mayor.

La comitiva llegó al convento de Santo Domingo al anochecer. La iglesia había sido profusamente iluminada. En ella se “colocaron dieciséis altares con frontales de plata en el crucero y naves laterales. En la nave central seis retablos más junto a las pilastras, las tribunas decoradas con pinturas de Mateo Pérez de Alesio. Se despidió a los participantes y se organizó otra procesión desde el convento a la casa natal de la santa portando el retrato original de Santa Rosa de Lima por Medoro, donde se colocó en la habitación que ocupaba convertida en capilla” (Rafael Ramos Sosa, p. 228).

OCTAVA SOLEMNE

Una vez terminadas las festividades, los sacerdotes de Santo Domingo comenzaron a prepararse para la octava solemne autorizada por Clemente IX, por la cual todos los conventos de la orden debían conmemorar la santificación de Rosa de Lima, durante el primer año.

Para tal efecto, fray Bernardo Carrasco, prior de la congregación, ordenó una serie de mejoras en el convento, tanto en los claustros como iglesia. En ese momento traen azulejos de Sevilla para decorar los pilares del claustro principal, donde también colocan cuatro retablos, pintan techos, cuelgan cuadros de padres dominicos, de la santa limeña, de los reyes de España. Adquieren y reparan muebles con damascos, terciopelos y las más finas telas. La torre del convento la embellecen con faroles en forma de soles, corazones, coronas, cruces y globos.

En el Altar Mayor ponen la imagen de Santa Rosa, con la cual dan inicio al octavario, que va del 19 al 26 de agosto. La víspera del 18 se celebró con fuegos artificiales. Al igual que en fechas anteriores, la ciudad fue iluminada y decorada con telas, así como tapices. Las calles ornamentadas con arcos de flores y altares levantados por las distintas comunidades religiosas e instituciones, encargadas de desarrollar el programa de actividades vespertinas, luego de la misa oficiada por las mañanas. La jornada concluía con una procesión por el claustro de los dominicos.

El octavario incluyó un certamen poético y culminó con una gran procesión, que confirmó la fe de los pobladores, autoridades y clero en una santa que adquiría fama mundial. Terminado este acontecimiento, en otras parroquias y conventos de la ciudad se celebraron otros de menor magnitud. Se refiere que el virrey asistió a la Parroquia de Santa Ana, donde además de la procesión con la santa, se presentó una comedia y en su plaza, una corrida de toros.

El municipio celebró la beatificación con juegos de cañas y tres fiestas de toros, efectuadas el 23 de noviembre, 8 y 27 de enero de 1670.

La celebración de la canonización se inicia el 02 de febrero de 1672 con misas, procesiones y novenas en su honor. Hay cronistas que señalan que la ciudad fue decorada con arcos y altares cargados de alhajas y que las calles fueron pavimentadas con barras de plata. Tres años más tarde, el 10 de setiembre de 1705, las reliquias de la santa fueron sacadas en procesión y llevadas a la Catedral, en una fiesta multitudinaria, considerada la más importante de la época virreinal.

DECRETO DE CANONIZACION
El 12 de abril de 1671 se realiza la canonización de Santa Rosa de Lima en la Basílica Vaticana, donde es proclamada Santa por el Papa Clemente X, en los siguientes términos:

“Rogándonos nuestros carísimos hijos en Cristo, Mariana, Reina y Gobernadora, y también Carlos II, Rey de las Españas, toda la Orden de los Frailes Predicadores de Santo Domingo, el Reino del Perú y todas las Provincias de América, y añadiéndose a éstos los ruegos e instancias de nuestros venerables hermanos los Arzobispos y Obispos de los Reinos de las Españas e Indias: Juzgamos ser justos, y debido a que la sobredicha Beata, a quien cada día el mismo Señor glorifica más y más, Nos la veneremos, alabemos y glorifiquemos en la tierra.

Por la autoridad de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los bienaventurados Apósteles Pedro y Pablo, y Nuestra, de consejo y unánime consentimiento de los Cardenales de la Santa Romana Iglesia, Patriarcas, Arzobispos y Obispos.

DEFINIMOS que la Beata Rosa de Santa María, virgen de Lima, de cuya vida, santidad, sinceridad de fe y excelencia de milagros consta plenariamente, es SANTA y decretamos que como tal sea inscrita en el Catálogo de las Santas Vírgenes, como por el tenor de las presentes así lo determinamos, definimos y confirmamos, mandando y estableciendo que su memoria debe ser celebrada cada año por la Iglesia Universal el día 30 de Agosto.

Dada en Roma, en San Pedro, el día doce de Abril, año de la Encarnación del Señor 1671, y primero de nuestro Pontificado.

Yo, Clemente, Obispo de la Iglesia Católica”.


FUENTES

RAMOS SOSA, Rafael: “Arte festivo en Lima virreinal (siglos XVI-XVII)”, capítulo cuarto: Fiestas religiosas - Impreso en España, 1992

DE MENDIBURU, Manuel – Corridas de toros: “Crónicas sabrosas de la vieja Lima”, Antología preparada por Ramón Barrenechea Vinatea, tomo I, Ediciones Peisa.

PORRAS BARRENECHEA, Raúl: Lima en el siglo XVII- “Pequeña Antología de Lima/ El nombre del Perú”, Libro 12, 1995.

MELÉNDEZ Juan OP: “Tesoros verdaderos de las Indias”, vol.II.

ARZOBISPADO DE LIMA: “Cronología de Santa Rosa de Lima”.

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