Escribe: Lita Velasco Asenjo
Antiguamente se le denominaba “Semana Mayor” o “Semana Grande” y era el tiempo en el que se recordaba el Misterio Pascual de Cristo. Esta fecha, que hoy conocemos como “Semana Santa”, ha sufrido a lo largo del tiempo una serie de transformaciones, aunque mantiene su esencia, que es el reconocimiento al sacrificio del Hijo de Dios para salvar a los hombres.
Antiguamente se le denominaba “Semana Mayor” o “Semana Grande” y era el tiempo en el que se recordaba el Misterio Pascual de Cristo. Esta fecha, que hoy conocemos como “Semana Santa”, ha sufrido a lo largo del tiempo una serie de transformaciones, aunque mantiene su esencia, que es el reconocimiento al sacrificio del Hijo de Dios para salvar a los hombres.
La celebración de la Semana Santa, como otras costumbres religiosas, llega al Perú con los españoles, quienes traen tradiciones y cultos orientados a inculcar su fe en un Dios omnipotente, en medio de una colonia que poseía sus propias creencias, así como múltiples divinidades y elementos sagrados (wacas).
Poco a poco, con gran dificultad, logran que el pueblo acepte, reemplace o sincretice costumbres. Es así que se incorporan las festividades en honor al sacrificio de Jesús, que se realizan con todo el rigor y suntuosidad que imponía la época. Estas celebraciones se iniciaban el Miércoles de Ceniza (primer día de la Cuaresma, período en recuerdo de los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto) y marcaba una etapa de ayuno, abstinencia y penitencia.
Estas costumbres, muchas de ellas ya desaparecidas en Lima, aún se conservan en algunos pueblos del interior del país, donde la población se viste de negro, se guarda de fiestas y se prepara con días de ayunos y abstinencias, misas, rosarios.
La Cuaresma arrancaba en Lima con una serie de procesiones, como la de la Amargura o de la Penitencia de Cuaresma. Eran realizadas por las Congregaciones religiosas, Cofradías y Hermandades, entre ellas la de Veracruz, establecida por Francisco Pizarro en 1540, cuya capilla cuenta con un fragmento de la Cruz en la que fue enclavado Jesús (Lignus crucis), enviada por el emperador Carlos V al entonces gobernador del Perú. Hay que destacar que esa reliquia presidía los actos celebratorios de la Semana Santa y la procesión del Jueves Santo, que luego fue transferida para el Viernes Santo.
UNA SEMANA DE RECOGIMIENTO
Procesiones de Semana SantaPropiamente, la Semana Santa comenzaba el Domingo de Ramos. Por las mañanas, la gente vestida con sus mejores ropas, acudía a misa en las diferentes iglesias, donde se bendecían sus ramos de palma y olivo. Por las tardes, a partir de las 5 salía en procesión la imagen del Señor del Triunfo llamada también “Señor del borriquito”. Junto con él marchaba el anda de la Virgen Dolorosa. También la figura de Zaqueo, que cada año se presentaba con vestido diferente según la moda de la actualidad (Jorge Basadre, “Historia Social de la Capital del Virreinato”)
La Banda de Artillería era la encargada de acompañar la procesión, iniciada por el repique de campanas y quema de salvas, en medio del fervor de una población que desde tempranas horas de la mañana se congregaba en la Plaza Mayor. Todos los establecimientos de los alrededores mostraban en sus balcones la fe de un pueblo que aguardaba el cortejo y se preparaba con pétalos de flores para arrojar a su paso. El Presidente de la República y sus familiares, autoridades eclesiásticas, representantes del Estado, se ubicaban en lugares preferenciales para participar de este acto de fe, que duraba más allá de las diez de la noche.
Hasta el jueves, que era otro día marcado por la participación masiva de la población, esta se recogía en sus hogares. La religiosidad era muy fuerte. Por las tardes, tanto en las casas como parroquias, se formaban grupos de oración para rezar el rosario o recordar la Ultima Cena, la Oración del Huerto, la traición de Judas, la detención de Jesús, etc.
Jueves Santo, la población se recogía y se suspendían todos los actos públicos, así como el tránsito de autos y tranvías. Nada de ruidos (ni siquiera radio), risas ni juegos infantiles. Todos tenían que confesarse y vestir de negro, las mujeres no podían usar pantalón y debían llevar en la cabeza un velo, tanto para acompañar la procesión como para entrar en una iglesia.
A partir del mediodía, la gente comenzaba a visitar las iglesias, para recorrer las Siete Estaciones. En la Catedral, el Arzobispo acompañado por los canónigos, realizaba los Santos Oficios y lavaba los pies a doce ciegos, con quienes luego almorzaba. En este recinto sagrado, rindiéndole honores al Altísimo, se colocaban soldados del Ejército con sus cañones y ametralladoras relucientes, vistiendo uniforme de gala con pompón y luto al brazo.
En tanto, en Palacio de Gobierno también se realizaba un almuerzo, tras el cual el Presidente de la República, junto a sus ministros, edecanes y funcionarios salía a recorrer las Estaciones.
El Viernes Santo, la solemnidad era mayor y el ayuno forzoso en todos los hogares. Se consumía pescado y productos del mar. Los enfermos podían comer carne sólo con licencia del sacerdote. En la tarde se acudía a las iglesias a escuchar el Sermón de las Tres Horas y luego a la procesión del Santo Sepulcro, por los alrededores de la Plaza Mayor. Este era un día de mayor recogimiento y silencio, pues se recordaba el sufrimiento de Jesús en la Cruz.
El sábado, luego de la misa a las diez de la mañana, los altares de despojaban de sus cubiertas y lucían cargados de flores. La alegría era contagiante y se vivía la fiesta, dejando de lado el color negro de las vestimentas. Luego de la liturgia, se rompía el silencio de los dos días anteriores con el repique de campanas, salva de camaretazos, cohetes. Las bandas militares tocaban música variada. Todo tenía un olor a fiesta, hasta el agua bendita que se repartía a la salida de los templos.
El Domingo de Resurrección comenzaba con la misa celebrada a las cuatro de la mañana en la Iglesia de San Francisco, que antecedía a la Procesión del Señor Resucitado y San Juan Evangelista. Luego de la celebración católica, la multitud retornaba a sus hogares para volver a la cotidianidad de sus vidas.
FUENTES
BASADRE, Jorge “Historia Social de la Capital del Virreinato”, Edición Antológica Festival de Lima – VII- Historia, Concejo Provincial de Lima, 1959
HERRERA, Jenaro “La Calle de la Vera-Cruz”, Crónicas Sabrosas de la Vieja Lima, Antología, Ramón Barrenechea Vinatea, Tomo I-1969. PATRONATO DE LIMA
Fotos: http://www.angelfire.com/ - Flickr.com/ LeoKoolhoven - Archivo Courret
Buen articulo Lita. Te acuerdas de mi? Felicitacions,un abrazo, elena Miranda-Gates. eleperu9@aol.com
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