martes, 27 de julio de 2010

PROCLAMA DE LA INDEPENDENCIA EN LIMA

Escribe: Lita Velasco Asenjo

El primer grito de independencia del Perú se escuchó por primera vez en Supe, puerto en el que desembarca la flota marítima en abril de 1819, un año antes del ingreso de Don José de San Martín a territorio peruano. Esa misma voz retumbaría tiempo después en Ica, Huancayo, Lambayeque, Trujillo, Cajamarca, Jaén y Moyobamba. Sin embargo, la proclama más significativa se dio en Lima, pues en esta parte del país se concentraba la mayor fuerza española. Era desde aquí que salían las tropas realistas para hacer frente a los rebeldes de América del Sur.

ANTECEDENTES
La corriente emancipadora, al mando de San Martín, llega al Perú procedente de Chile y desembarca en Paracas el 20 de setiembre de 1820. A partir de ahí comenzó su avance por distintos puntos del país, tanto por el norte, sur y centro, poniendo en jaque a las fuerzas del Virrey Joaquín de la Pezuela, quien es depuesto desde España y reemplazado por José de La Serna.

Estratégicamente Lima era el punto donde se fortalecía el poder de los realistas, representado por militares, nobles y criollos leales a la corona. Es por ello que San Martín decide incursionar primero en otras localidades próximas a la capital, a fin de ganar adeptos a su causa.

En Pisco, llamó a la Independencia y creó la naciente bandera peruana, el escudo y la escarapela (21 de octubre de 1820), símbolos que representaban el sentir de una nación deseosa de romper el yugo español. En Huara, en medio de una multitud que lo aclama, presenta algunos decretos. Según la tradición, fue desde un balcón de ese poblado que proclama por primera vez la Independencia patria.

Cuatro días antes del ingreso de San Martín a la capital del virreinato más grande de Sudamérica y luego de una infructuosa negociación con el Libertador - en una entrevista sostenida en la hacienda de Punchauca- , el virrey La Serna abandona Lima y se dirige al Cusco, donde sienta las bases de su gobierno.

ENTRADA DE SAN MARTIN A LIMA
Don José de San Martín ingresa a Lima el 10 de julio de 1821, a las 7.30 de la noche, luego de lograr la adhesión de diferentes sectores de la población. Al respecto, Jorge Corbacho, en su obra “El 28 de Julio de 1911”, presenta la versión del viajero inglés Basil Hall, testigo presencial de la primera entrada del Libertador. En ese entonces, el marino se encontraba al mando de un buque de su país de estación en el Pacífico. El texto es el siguiente:

“San Martín no hizo uso de los derechos que tenía ganados, desdeñó el acompañamiento de un numeroso cortejo y no entró sino de noche, acompañado de un solo ayudante. No era, sin embargo, su intención entrar aquel día, se hallaba fatigado y deseaba reposar en una posada, a medio vestir. Había descendido del caballo, y colocándose desapercibido en un rincón bendiciendo a su estrella y a la providencia por haber salido con bien de esta gran operación”.

Hall continúa: “Dos sacerdotes descubrieron su escondite; era necesario darles audiencia. Cada uno de ellos pronunció un discurso, que él escuchó con su acostumbrada bondad; uno lo comparó a César, el otro a Lúculo. Santo Dios esclamó (sic) el general una vez que los padres se retiraron, ¿dónde hemos venido a caer? - Oh mi general, respondió el ayudante, hay más de dos mil del mismo temple.- Lo creo contestó él. Y bien, haga Ud. ensillar los caballos y partamos”.

Según el inglés Hall, San Martín se dirigió luego a la casa del Marqués de Montemira. A pocos segundos de esparcida la noticia de su llegada, los patios, jardines y sala de la residencia se llenó de curiosos, muchos de los cuales se mostraban impacientes por descubrir al general, quien en todo momento demostró ser un hombre modesto y enemigo de la ostentación.

Ese día se presentaron ante el Libertador, entre otros, una mujer de mediana edad que se precipitó a sus pies, quiso besarle las manos a la vez que exclamaba que tenía tres hijos que ofrecía al servicio de la Patria, de quienes esperaba fuesen dignos de la libertad y no esclavos como antes.

“San Martín -dice Basil Hall- no trató de levantarla…se inclinó para escucharla, y cuando ella hubo acabado, cuando acabó el primer acceso, le tomó las manos con dulzura y le suplicó se levantase. Esta pobre mujer se arrojó a su cuello, estaba bañada en lágrimas y su corazón palpitaba de reconocimiento”.

Así como esta muestra de admiración, el General San Martín recibió muchas más, tanto de religiosos como laicos, hombres, mujeres y hasta niños que se comprometían a seguirlo. Tal era la aglomeración de gente, que decidió mudar su cuartel general al Palacio de Gobierno, antigua morada de los virreyes. Ahí organizó, distribuyó responsabilidades y atendió a los pobladores que solicitaban audiencia.

Cronistas de la época lo describen como una persona siempre atenta, modesta y sublime, renuente a los halagos. Al respecto, Basil Hall manifiesta: “A San Martín le parecía un delito para con la Patria aceptar vítores y hosannas mientras flameasen en América las banderas españolas”

Fueron entre los muros de esa delegación donde se redactó el Acta de la Independencia. Ya para el 14 de julio, en el salón del Cabildo, más de dos mil ciudadanos habían firmado el documento, adhiriéndose con entusiasmo a la causa libertadora.

PREPARATIVOS
La Junta de notables convocada por el General San Martín, luego de la firma del Acta redactada por Manuel Pérez de Tudela, juró la independencia el 15 de julio de 1821. Ese mismo día, además de quedar sentado el deseo unánime de acabar con el sometimiento a la corona española, se comisionó al Alcalde don Isidro de Cortázar y Abarca, Conde de San Isidro; y, a los regidores José Matías Vásquez de Acuña -Conde de la Vega del Ren- y, al doctor Manuel Pérez Tudela organizar la proclamación, establecida para el día 28, “en un acto con toda la pompa y grandeza correspondiente a la grandeza del asunto y al decidido patriotismo de sus moradores”, según el pedido del Libertador.

A través de un oficio dirigido al Cabildo, con fecha 18 de julio, San Martín solicita la formación del Estandarte que debía exponerse a los habitantes como símbolo de su nacionalidad y soberanía. La persona designada para llevarlo en las ceremonias cívicas fue el regidor Conde de la Vega de Ren, quien es elegido por aclamación en cabildo abierto, en reconocimiento a sus virtudes, “como el individuo más benemérito de la Patria”.

El estandarte fue hecho por don José Arellano, encargado de la confección; y, por don Manuel Ramírez, quién bordó los escudos. Este se realizó según lo estipulaba el Decreto expedido por San Martín en Pisco, en 1820, en cuyo artículo primero decía: “Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales, con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se eleven sobre un mar tranquilo. El escudo puede ser pintado, o bordado, pero conservando cada objeto sus colores: a saber, la corona de laurel ha de ser verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color oro; azul la parte superior que representa el firmamento; amarillo el sol con sus rayos; las montañas de un color pardo oscuro y el mar entre azul y verde”.En su artículo segundo, disponía el uso de una escarapela bicolor, de blanco y encarnado, haciendo hincapié que estos artículos sólo tendrían fuerza y vigor hasta que se estableciera en el Perú un gobierno general por la voluntad libre de sus habitantes.

Paralelamente a este estandarte, en muchas casas se hicieron escarapelas, banderas y cintas de distintos tamaños, algunas bicolores que mezclaban el blanco y rojo; otras tricolores, que incluían tonalidades celestes en honor al ilustre argentino.

El Ayuntamiento y las corporaciones ornamentaron calles, plazas, las cuales también se decoraron con arcos triunfales. Uno que deslumbró por su belleza –según lo da a conocer la “Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, de agosto de 1821- fue el erigido por el Tribunal del Consulado, que además de adornos, inscripciones y emblemas, llevaba una estatua ecuestre del Libertador con sable en mano.

La Casa de la Moneda, con el apoyo de San Martín, logra poner en funcionamiento algunas de las máquinas inutilizadas por los españoles en su salida de Lima. Con la inscripción de “Lima libre juró su independencia el 28 de julio de 1821” rodeando el Sol en el anverso; y, en el reverso, al lado de las palabras “Bajo la protección del Ejército Libertador del Perú, mandado por San Martín”, se acuñan medallas conmemorativas de oro, plata y cobre, para ser repartidas entre funcionarios, principales de la ciudad y el pueblo en general.

Las pocas imprentas que existen publican himnos, canciones, odas, mensajes patrióticos. Don Manuel Peña escribe: “¡Oh, Patria!, ya estás libre eternamente,/ del opresor tirano./ Bendice sin cesar la noble mano/ que te hizo tan magnífico presente/ Bendice la memoria/ del Héroe invicto que te da la gloria…”

En “Lima independiente” se lee: “…Lima en los brazos de su amarga suerte/ De todos olvidada, /Y al parecer, del Cielo abandonada/ A los negros horrores de la muerte, / Es la atención primera/ Del primer Héroe que habitó la esfera. /Del magestuoso (sic) asiento de su gloria/ Una tierna mirada/ Dirige a esta región desventurada/ Que sola ocupa toda su memoria/ La observa y dice ufano: A Lima libraré de su tirano…”

Todo era motivo de fiesta y celebración. Hay incluso una compañía de comedias que monta la obra “Los patriotas limeños en la noche feliz”, pieza sin mérito literario pero rebosante de ingenuidad y patriotismo. (Jorge Corbacho, p.19).

PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA
Desde el ingreso de San Martín y sus huestes, la ciudad se mantuvo en expectativa. Cuatro días antes del 28, se comenzaron a levantar tablados en distintos puntos de Lima, tal cual lo estipuló el Libertador en el bando remitido al Ayuntamiento, el 22 de julio.

En él dice: “…Ciudadanos, mi corazón que nada apetece más que vuestra gloria, y a la cual consagro mis afanes, ha determinado que el sábado veintiocho se proclame vuestra feliz Independencia y el primer paso que dais a la libertad de los pueblos soberanos, en todos los lugares públicos en que en otro tiempo se os anunciaba la continuación de vuestras tristes y pesadas cadenas. Y para que se haga con la solemnidad correspondiente, espero que este noble vecindario autorice el augusto acto de la jura concurriendo a él; que adorne e ilumine sus casas en las noches del viernes, sábado y domingo; para que con las demostraciones de júbilo, se den al mundo los más fuertes testimonios del interés con que la ilustre capital del Perú, celebra el día primero de su Independencia y el de su incorporación a la gran familia americana”.

En respuesta a este requerimiento, se instalan estrados en la Plaza Mayor con frente al Palacio de Gobierno, Plazuela de la Merced (fronterizo a la iglesia de su nombre), Plaza de Santa Ana con frente a la Iglesia de las Descalzas; y, Plaza de la Inquisición, con frente al edificio que ocupara el Tribunal del Santo Oficio. En ellos se colocó una escalera y alfombras que se iban mudando de lugar.

Las fiestas cívicas se iniciaron el 27 por la tarde, con el repique general de campanas en todas las iglesias y la iluminación de la ciudad. Todas las casas y establecimientos comerciales lucían profusamente decorados, con los símbolos patrios. En las plazas y parques se prendían fuegos artificiales armados por los artesanos y Cofradías. La población, llegada de haciendas aledañas y distintos puntos del país, entonaba cánticos y bailaba en la Plaza Mayor al compás de la música interpretada por la orquesta de Fray Cipriano Ramírez, contratada por la Casa Capitular. (Fernando Gamio Palacio, p. 65-66).

La alegría era general y se lanzaban vivas a la Patria, a San Martín, al marinero inglés destructor de la armada española en el Pacífico, Lord Cochrane, y al general Las Heras, Jefe del Estado Mayor de la Expedición Libertadora. Prácticamente Lima amaneció de pie esa noche. Según una carta enviada a su esposa por el Coronel Tomás Guido, se calcula que “en la plaza y calles inmediatas habían más de dieciséis mil almas”

Por la mañana del 28, desde muy temprano, las iglesias hicieron repicar las campanadas anunciando el gran acontecimiento. Desde los balcones, ventanas y azoteas se lanzaban flores y papel picado bicolor. El regocijo era unánime, las mujeres se desplazaban ataviadas con sombreros de plumas rojas y blancas, tanto niños como adultos se iban de un lugar a otro, portando escarapelas y banderas, en busca de la mejor ubicación para presenciar el acto de declaración de Independencia.

A las diez de la mañana, San Martín vestido de gala –montado a caballo, en medio de voces de alabanza y aplausos, campanadas y el son de las orquestas militares- , dejó Palacio en compañía del Gobernador de la ciudad, Marqués de Montemira, de su Estado Mayor, Las Heras, Tomás Guido y demás generales del Ejército, todos ellos en brioso caballos ricamente enjaezados. Precedían el desfile, una comitiva compuesta de la Universidad de San Marcos y los Colegios, los prelados de las casas religiosas, miembros de los Tribunales y de las Corporaciones, jefes militares, oidores, gente de la nobleza con el Ayuntamiento. Detrás marchaba la guardia de caballería y la de alabarderos de Lima, los húsares de San Martín, el batallón N° 8, con las banderas de Buenos Aires y Chile, la artillería. A pie iban representantes del Colegio de Abogados y vecinos distinguidos. (Jorge Corbacho, p.21-22).

El cortejo cívico bordeó la Plaza Mayor, pasando por delante del Portal de Escribanos, Portal de Botoneros, la Catedral, hasta finalmente llegar hasta donde estaba colocado el tablado. Entonces, el General San Martín, portando el pendón nacional, subió las escaleras y rodeado de su comitiva, pronunció en medio de un silencio más absoluto, su histórica frase: “El Perú, es desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Y blandiendo la bandera, agregó: “Viva la Patria, Viva la Libertad, Viva la Independencia”.

En seguida, fueron lanzadas al público las medallas conmemorativas que marcaban el inicio de una nueva etapa en la historia peruana. Negros, indios, criollos, nobles, todos se mezclaban en un solo abrazo, conmovidos por el solemne acto, dando vivas, mientras se escuchaban los compases de las bandas del ejército.

Una vez concluida la ceremonia, la comitiva se dirigió hacia la Plazuela de la Merced, donde se repitió la misma escena. La proclama continuó en la Plaza de Santa Ana y finalmente, en la Plaza de la Inquisición, cuarto escenario elegido para la proclamación.

Finalizada la ceremonia, el General San Martín y los miembros de su delegación emprendieron el retorno a Palacio de Gobierno, dejando a su paso una población que festejaba con algarabía el gran acontecimiento patrio. Basil Hall resalta el hecho con esta frase: “Sólo a la pluma de un poeta y al pincel de una imaginación perspicaz, y más viva, corresponde pintar los colores y realces que hubo en este día tan sagrado…Baste decir que el paseo en que salió el Excmo. Sr. Libertador con todos los tribunales, Excmo. Cabildo y doctores, fue tan suntuoso que parece concurrieron a porfía el arte, la naturaleza y el primor del siglo”.

Por la noche, el Ayuntamiento organizó una fiesta de gala, a la cual asistieron las mejores familias de la ciudad. Hubo derroche de lujo, buena música y una cena servida con todos los honores por un selecto personal de servicio. Las mujeres sacaron a relucir sus mejores galas y joyas, en tanto los hombres asistieron con el uniforme de sus corporaciones o vestidos de etiqueta. No faltaron en la parte inferior del salón las “tapadas” limeñas, de quienes refiere Hall “mantuvieron un fuego graneado de bromas con los caballeros al finalizar el baile”.

Los invitados fueron recibidos por el Alcalde Conde de San Isidro y por el Conde de la Vega del Ren, comisionado para la organización de las actividades conmemorativas. El General José de San Martín dio inició el baile, mezclándose con los asistentes. Llegó acompañado de jefes y oficiales del ejército.

La Gaceta del Gobierno N° 7, informa: “La asistencia de cuantos intervinieron en la proclamación de la mañana, el concurso numeroso de los principales vecinos, la gala de las señoras, la música, el baile, sobre todo la presencia de nuestro Libertador, que se dejo ver allí; todo cooperaba a hacer resaltar más y más el esplendor de una solemnidad tan gloriosa”. (Fernando Gamio Palacio, p.77)

AL DIA SIGUIENTE
El papel de la Iglesia fue preponderante en las actividades realizadas con motivo de la Jura y Proclamación de la Independencia. Sin embargo, el día 29, tuvo un rol protagónico en la organización de la Misa Solemne y el Te Deum correspondiente.

El Arzobispo Bartolomé María de las Heras designó al Padre Fray Jorge Bastante para pronunciar la oración sagrada. Cabe destacar que este sacerdote franciscano se había incorporado al Ejército Libertador en Pisco y fue nombrado “Capellán del Gobierno”. Otro dato de interés, lo constituye la participación de don Andrés Bolognesi, Maestro de Capilla de la Catedral, padre del Héroe de Arica, responsable del coro y parte musical del oficio religioso.

La ceremonia se inició a las diez de la mañana, hora en que hace su ingreso a la Iglesia Matriz el General José de San Martín, acompañado del Ayuntamiento de Lima con el Estandarte de la Patria, Lord Cochrane, el Coronel Las Heras, autoridades militares, políticas, religiosas, corporaciones, vecinos notables.

Luego de la ceremonia, el Libertador se dirigió a Palacio de Gobierno, en medio de los vítores y aclamaciones de la población. Por la noche, daría un baile para retribuir los honores recibidos.

Según el Protocolo establecido, luego de la misa, en el Cabildo tuvo lugar una sesión solemne con los notables de la ciudad, a fin de tomar juramento de la Independencia al Alcalde, Regidores y funcionarios municipales, tanto a los que habían suscrito el acta del 15 de Julio, como a quienes no habían participado en el acto.

Ante un Crucifijo, delante de la Biblia colocada entre dos cirios, fueron desfilando los integrantes del Municipio, dando inicio a una ceremonia que se repetiría ese mismo día en otras dependencias públicas, así como en las Comunidades Religiosas, Universidad de San Marcos, Colegio de Abogados y demás corporaciones.

Esta medida, hecha con la finalidad de conocer la situación real de la capital y comprometer a los pobladores con el juramento de fidelidad a la Patria, se aplicó a la comunidad vecinal a partir del 13 de agosto, para lo cual se nombró comisarios responsables de organizar y recabar firmas. Lima, entonces estaba dividida en cuatro cuarteles y cada uno de ellos en diez barrios, con excepción del segundo, que tenía once.

Con este acto, de libre determinación de los peruanos, se daba un paso hacia el inicio de la República, consolidada un año después, cuando se instala el primer Congreso Constituyente.

FUENTES:CORBACHO, Jorge M - El 28 de Julio de 1821, Lima 1911.
GAMIO PALACIO, Fernando – La Municipalidad de Lima y la Emancipación 1821- Concejo Provincial de Lima, Comisión Municipal del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1971. DIARIO EXPRESO, Guías: Lima- Paseos por la Ciudad y su Historia - Fascículo 14: Lima y la Independencia, año 1997.
PORRAS BARRENECHEA, Raúl – Pequeña Antología de Lima (1535-1935), Madrid 1935. “La Proclamación de la Independencia en Lima, vista por el Inglés Basilio Hall”.

3 comentarios:

  1. La caída del gobierno de Leguía conllevó al regreso del exilio de Haya de la Torre. De esta forma, la organización aprista de inmediato inició una campaña política con Haya para enfrentarse a las próximas elecciones. https://elcentroamericano.net/tercer-militarismo/

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  2. El primer grito de independencia del Perú da conocer cómo fue la independencia también nos brinda la posibilidad de recordar los ideales por los cuales nuestros antepasados ofrendaron sus vidas y propiedades. Ellos lucharon por una sociedad más justa y solidaria, donde no existieran desigualdades por razones de nacimiento o discriminación racial. Jericó Ignacio More 4B

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  3. La situación real de la capital y el juramento de fidelidad a la Patria, se aplicó a la comunidad vecinal a partir del 13 de agosto, para lo cual se nombró comisarios responsables de organizar y recabar firmas.
    lima se había dividido en 4 cuarteles y en cada uno tenía 10 barrios y el segundo tenía 11

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