Escribe: Lita Velasco Asenjo
Existen dos historias en torno a los orígenes de la fiesta de Amancaes, celebración que tenía lugar todos los 24 de junio en honor de San Juan Bautista. Esta festividad popular, perdida a mediados de 1900, congregaba en épocas de la colonia a cientos de personas que iban a las pampas del Rímac, cubiertas en esa fecha de la flor amarilla convertida desde entonces en emblema de la ciudad de Lima.
Existen dos historias en torno a los orígenes de la fiesta de Amancaes, celebración que tenía lugar todos los 24 de junio en honor de San Juan Bautista. Esta festividad popular, perdida a mediados de 1900, congregaba en épocas de la colonia a cientos de personas que iban a las pampas del Rímac, cubiertas en esa fecha de la flor amarilla convertida desde entonces en emblema de la ciudad de Lima.
Según algunos cronistas, el iniciador de esta costumbre fue el Virrey Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Palata. Fernando Oré – Garro, en “Crónicas sabrosas de la Vieja Lima”, refiere que la fiesta de Amancaes “tiene su punto de partida en 1683, luego de una cacería de venados, tras la cual el virrey organizó un festejo al cual asistieron los miembros de su numerosa y selecta comitiva. En recuerdo de tal acontecimiento, se volvió a repetir el lance para beneplácito de la nobleza limeña que se divirtió hasta el cansancio”.
Otra versión la trae Manuel Vegas Castillo, en una edición antológica, publicada por la Municipalidad de Lima en 1959, donde menciona una leyenda basada en la historia de una doméstica de nombre Rosario Ramos. Era el 2 de febrero de 1582, cuando a la joven se le presenta Jesucristo en un pasaje de su crufixión. Ella atravesaba la pampa llevando unos porongos de leche que su patrona, doña Candelaria Ripacap, enviaba todos los días al prior de los dominicos.
Cuenta la tradición que Cristo le ordenó manifestar a su ama que levantara un templo sobre el mismo lugar donde la imagen del Redentor apareciese grabada en una piedra.
Al día siguiente, la muchacha en compañía de doña Candelaria va en busca del prior, que celebraba una misa en honor a la Virgen de la Candelaria. Enterado de la noticia, el sacerdote organiza una procesión numerosa y sube a la pampa encontrando la piedra tallada.
Convencida del milagro, la señora Ricapac invierte sus bienes y construye una capilla, inaugurada el 24 de junio de 1582, fecha en que conmemoraba el cumpleaños de su hijo Juan, que posteriormente ingresa a la orden religiosa de la Compañía de Jesús.
A la celebración, que se inicia con una misa, concurren el Virrey Martín Enriquez, el Arzobispo Santo Toribio y un concurrido número de fieles. Inicialmente fue de carácter cristiano, pero con el devenir de los años comienza a adquirir características más terrenales, como las partidas de caza (en la zona habían venados y perdices), bailes y excursiones donde no faltaban las comidas al aire libre, regadas con abundante bebida.
COSTUMBRES DEL PASADO
Manuel Atanasio Fuentes, en “Aspectos históricos de Lima” señala que a la pampa iban personas de diferente nivel social, tanto la aristocracia limeña como el pueblo. En los inicios de esta costumbre, la gente se desplazaba en calesas, luego en balancines tirados por caballos y manejados por un negro, que cabalgaba sobre uno de ellos. Había algunos caballeros que solían acompañar el cortejo montados en animales formidables preparados para tal fin.
Con el devenir de los años, además de la llegada del transporte público, se incorporaron otras costumbres, sin embargo, siempre se mantuvo el buen vestir, sobre todo por parte de las mujeres que sacaban a relucir sus mejores galas. Ese era el día propicio para enamorar e intercambiar la flor de Amancaes, que todo visitante recogía para llevarse como un recuerdo del lugar.
La fiesta, que formaba parte de las tradiciones limeñas, comenzaba con la misa en la capilla San Juan Bautista, levantada en la pampa, y visita a la piedra encadenada, que según la tradición oral, fue dominada por Santa Rosa de Lima, quien la confundió con un volcán que amenazaba la ciudad.
Luego ya venían los paseos y el baile, donde la zamacueca era la reina. Se dice que en un principio esta danza no era muy bien vista y se disfrutaba sólo en las casas, lejos de las miradas de los curiosos. Sin embargo, sale a la luz en Amancaes para encandilar con sus acordes. No faltaban los músicos del distrito del Rímac, especialmente los de Malambo, que hacían alarde de su buen oído para sacar melodías con el cajón, que ya gozaba entonces de fama. Manuel Atanasio Fuentes hace referencia de su presencia y lo define como “el alma de la orquesta”, capaz de hacer zapatear a cualquiera a pesar de las garúa invernales que podían caer.
En la pampa también se organizaban concursos y competencias de toda índole, peleas de gallo, carreras y demostraciones de caballos, baile, música y comida, porque este elemento era infaltable. Se armaban carpas y se ofrecían diversas viandas, entre ellas la causa limeña, anticuchos, cebiche, escabeche, chonfolies, butifarras y platillos hechos con los camarones del río Rímac. Todo esto acompañado con pisco o chicha.
La pampa se cubría de gente, mientras los mayores disfrutaban de la conversación, música y baile, los jovencitos subían a las alturas a buscar un ramito de flores para adornar los sombreros o entregarlos al ser amado.
La fiesta duraba hasta que la luz o el ánimo lo permitían, pues algunos podían quedarse en el lugar incluso días. Pero celebración del 24 era el inicio de una temporada que culminaba aproximadamente en el mes de setiembre, cuando la pampa perdía las tonalidades dadas por la flor de Amancaes, apreciada desde tiempos prehispánicos, como lo demuestran algunos ceramios de esa época.
Con el tiempo, la tradición se fue extinguiendo. En 1927, en un intentó por revivirla, se hicieron concursos de caballos de paso, presentaciones de grupos de danza y música criolla, así como andina. Fue durante el gobierno de Augusto B. Leguía, siendo alcalde del distrito del Rímac don Juan Ríos Alvarado.
Los muchachos de "La Palizada" solían asistir a la Fiesta de Amancaes a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. También eran asiduos Carlos Saco, Pedro Bocanegra, Fernando Soria, Alejandro Ayarza "Karamanduca" y muchos criollos de renombre. Se dice que Incluso Pedro Espinel, acompañado de Félix Dongo, interpretó dos de sus más recientes éxitos y creaciones en dicha fiesta, el vals "Dos reliquias" y la polca "Bom Bom Coronado". Era el 24 de junio de 1938.
Hoy la flor de Amancaes, pese a ser considerada símbolo de la ciudad, está en peligro de extinción, de perderse como ocurrió con la popular fiesta, de la cual nos quedan para el recuerdo el nombre de un asentamiento humano, algunas fotografías, pinturas y canciones. Ahí están el “José Antonio” de Chabuca Granda, el vals de Amador Rivera “Amancaes de ayer”, grabado por los Troveros Criollos o la marinera “San Juan de los Amancaes”, escrita por la poeta Catalina Recavarren con música de Rosa Mercedes Ayarza de Morales.
LEYENDA ARGENTINA
AmancaesEntre los indios Bariloche, existe una historia relacionada con la flor del Amancaes. Esta tiene lugar en la zona conocida como el cerro o monte Tronador, en cuyas faldas vivía Quintral, hijo del cacique de la tribu, admirado por las muchachas de la zona por su valentía, físico y voz seductora.
Pero a él no le interesaban los halagos femeninos, pues estaba perdidamente enamorado de una humilde joven llamada Amancay, a pesar de saber que su padre jamás lo dejaría desposarla, porque su pobreza la hacia indigna de un príncipe. Amancay también sentía un profundo amor por Quintral, y por la misma razón anterior, nunca había confesado su amor.
Sin aviso, se declaró en la tribu una epidemia de fiebre. Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte, y nadie sabía cómo curarla. Los que permanecían sanos pensaban que se trataba de malos espíritus y comenzaron a alejarse de la aldea.
En pocos días, Quintral también enfermó. El cacique, que velaba junto a su hijo despreciando el peligro del contagio, le escuchó murmurar, en pleno delirio, un nombre: Amancay. Su padre, decidido a encontrar alguna cura para su moribundo hijo, mandó a sus guerreros a buscarla.
Amancay, enterada de la agonía de su amado, consultó a “la machi”, la hechicera del pueblo. Esta le dijo que el único remedio capaz de bajar esa fiebre era una infusión, hecha con una flor amarilla que crecía solitaria en lo alto de la montaña. Y se dispuso encontrarla.
Con arduo esfuerzo, Amancay alcanzó la cumbre y vio la flor abierta al sol. Se apresuró a arrancarla para llevar rápidamente la cura a Quintral, cuando un gran cóndor se posó junto a ella. El ave le dijo con voz atronadora que él era el guardián de las cumbres y la acusó de tomar algo que pertenecía a los dioses.
Aterrada, la joven le contó la enfermedad que afligía a Quintral, y que la flor que había tomado era su única esperanza. Al ver las lágrimas que brotaban de los ojos de la humilde muchacha, el cóndor le dijo que la cura llegaría a Quintral solo si ella accedía a entregar su propio corazón. Amancay aceptó, porque no imaginaba un mundo donde Quintral no estuviera, y si tenía que entregar su vida a cambio, no le importaba.
Dejó que el cóndor la envolviera en sus alas y le arrancara el corazón con el pico. En un suspiro donde se le iba la vida, Amancay pronunció el nombre de Quintral.
El cóndor tomó el corazón y la flor entre sus garras y se elevó, volando sobre el viento hasta la morada de los dioses. Mientras volaba, la sangre que goteaba no sólo manchó la flor sino que cayó sobre los valles y montañas. El cóndor pidió a los dioses la cura de aquella enfermedad, y que los hombres siempre recordaran el sacrificio de Amancay.
La machi”, que aguardaba en su choza el regreso de la joven, mirando cada tanto hacia la montaña, supo que algo milagroso había pasado. Porque en un momento, las cumbres y valles se cubrieron de pequeñas flores amarillas moteadas de rojo. En cada gota de sangre de Amancay nacía una pequeña planta, la misma que antes crecía solamente en la cumbre de Ten-Ten Mahuida.
La hechicera salió al exterior, mirando con ojos asombrados el vuelo de un cóndor gigantesco, allá en lo alto. Y supo que los vuriloches tenían su cura. Por eso, cuando los guerreros llegaron en busca de Amancay, les entregó un puñado de flores como única respuesta.
Desde entonces, se teje una tradición: Quien da una flor de Amancay está ofrendando su corazón.
AMANCAES EN LA MÚSICA
JOSE ANTONIO
Vals
Isabel "Chabuca" Granda Larco
Por una vereda viene cabalgando José Antonio,
se viene desde El Barranco a ver la flor de Amancaes;
En un bere-bere criollo va a lo largo del camino
con jipijapa, pañuelo y poncho blanco de lino.
Mientras corre la mañana su recuerdo juguetea
y con alegre retozo el caballo pajarea;
fina garúa de junio le besa las dos mejilla
y cuatro cascos cantando van camino de Amancaes.
Que hermoso que es mi chalán! cuan elegante y garboso,
sujeta la fina rienda, de seda que es blanca y roja;
que dulce gobierna el freno con solo cinta de seda
al dar un quiebro gracioso al criollo bere-bere!
Tú, mi tierra, que eres blanda, le diste ese extraño andar,
enseñándole el amblar del paso ya no gateado.
Siente como le quitaste durezas del bere-bere,
que allá en su tierra de origen, arenas le hacían daño.
Fina cadencia en el anca, brillante seda en las crines,
y el nervio tierno y alerta para el deseo del amo;
ya no levanta las manos para luchar con la arena,
quedo plasmado en el tiempo su andar de paso peruano.
Que hermoso que es mi chalán! cuan elegante y garboso,
sujeta la fina rienda de seda que es blanca y roja;
que dulce gobierna el freno con solo cinta de seda,
al dar un quiebro gracioso al criollo bere-bere!
José Antonio, José Antonio...
Por que me dejaste aquí?
Cuando te vuelva a encontrar
que sea junio... y garúe;
Me acurrucare a tu espalda,
bajo tu poncho de lino
y en las cintas del sombrero
quiero ver los amancaes,
que recoja para ti,
cuando a la grupa me lleves,
de ese tu sueño logrado,
de tu caballo de paso,
aquel del paso peruano!
AMANCAES DE AYER
Vals
Amador Rivera
Veinticuatro de junio,
fiesta tradicional,
se viste de gala
la Pampa de Amancaes;
en ella está el recuerdo
de la Lima que se fue,
¡los muchachos de ahora
lo haremos renacer!
¡Orgullo del Perú,
la música popular!,
en los valses y polcas
nos dejaron su saber:
Tonderos y marineras,
fugas y resbalosas,
tocadas en las guitarras
por los muchachos de ayer.
Augusto y Elías Áscuez,
Pedro Lavalle, Alejandro Sáez,
Manuel y César Andrade
cantaban con Julio Vargas,
cajoneando Juan García,
Bartola, la bailarina,
y en su caballo de paso
el gran jinete Medina.
Carlos Saco, Pancho Ferreira,
también Pedro Bocanegra,
nos dejaron el recuerdo
del Amancaes de ayer;
famosas peleas de gallos,
el giro y el ají seco,
Rosalía, la vivandera…
¡ Recuerdos de mi tierra…!
SAN JUAN DE LOS AMANCAES
(Marinera)
Letra de Catalina Recavarren
Música de Rosa Mercedes Ayarza de Morales
En la faldita del Cerromañanita de San Juan,
con su caballo de pasocaracolea el chalán.
Vamos por ramitos de oro, a las Pampas de Amancaes,
jipijapa y poncho orlado por las Pampas de Amancaes.
Dame, dame, dame, dame,una flor del Amancaes.
Resplandeciente en el cielo la Cruz nos bendice ya,
resplandeciente en el cielo la Cruz nos bendice ya.
Pasito a paso volvemos nochecita de San Juan,
dame, dame, dame, dame,una flor del Amancaes.
FUENTES
MUNICIPALIDAD DEL RIMAC- Gerencia de Participación Ciudadana – Oficina de Imagen Institucional.
BARRENECHEA VINATEA, Ramón – “Crónicas Sabrosas de la Vieja Lima” – Ediciones Peisa, 1969.
GALVEZ BARRENECHEA, José – “Una Lima que se va” – Editorial Continental.
MUNICIPALIDAD METROPOLITANA DE LIMA, Festival de Lima, Edición Antológica – Folklore, 1959.
FOTOS:
Municipalidad del Rímac
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