sábado, 5 de junio de 2010

PASEO DE AGUAS Y ALAMEDA DE LOS DESCALZOS

Desde que los españoles se asentaron en Lima, descubrieron que el barrio de “Abajo el Puente”, era un lugar privilegiado y apostaron por su desarrollo. Lo dotaron de fincas, quintas, puentes, así como monumentos que reflejan el gran apogeo económico de esa época.

Algunas de esas obras se conservan todavía. Ahí están la Alameda de los Descalzos y el Paseo de Agua, los cuales –afortunadamente- no corrieron la misma suerte de otros espacios que embellecieron el Rímac y fueron consumidos por el tiempo y el abandono.
























ALAMEDA DE LOS DESCALZOS

Este bello paraje fue obra del Virrey Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaro, quien hizo para el Rímac -entre 1609 y 1611- el Puente de Piedra y la Alameda de los Descalzos. Se dice que era tal su cariño por el barrio bajopontino que incluso se mandó construir una quinta con balcones y jardines hechos para descansar de sus obligaciones. José Gálvez lo describe como un personaje de espíritu poético, a quien solían gustarle las charlas con los franciscanos del convento de los Descalzos y las tertulias literarias.

Ese espíritu romántico, tan característico en un hombre que se dice era un gran conocedor de las costumbres limeñas, quedó plasmado en la alameda, concebida como un lugar de paseo y acceso hacia la capilla y convento de “Nuestra Señora de los Ángeles”, fundados por la orden de los franciscanos. Fue ideada con características muy similares a la Alameda de Sevilla. Poseía ocho hileras de árboles y, al medio, tres fuentes labradas de piedra; tres calles, dos laterales para los carruajes y la central, para peatones.

La alameda era un sitio al cual podían acudir ricos y pobres. Según el Padre Cobo, “A ella, se iba en las tardes a pasear y tomar fresco. Fue lugar para los lujos y galas de todos…y desde aquella época, hasta muy avanzada la República, fue lugar predilecto de los paseos de gobernantes, personas principales y también del pueblo”.

Ahí convergían trabajadores de los molinos y huertas, así como acaudalados caballeros de la aristocracia quienes, en compañía de sus pajes, marchaban a las lomas para sus partidas de caza, en especial en tiempos del Duque de la Palata, de quien se manifiesta fue el iniciador de las fiestas de Amancaes.













Muchos amores surgieron en este gran parque, donde el lujo de las calesas y carrozas, se mezclaba con el bullicio de las celebraciones sociales o religiosas, sobre todo al construirse las iglesias aledañas, como la del Patrocinio, Santa Liberata o Copacabana. La concurrencia era masiva los 24 de junio, cuando se iniciaban las Fiestas de Amancaes, o durante la celebración franciscana de la Porciúncula,

La Alameda también fue escenario de duelos. Bien entrada la noche o por la madrugada, los vecinos despertaban por el ruido de las estocadas y desafíos provocados por caballeros deseosos de limpiar su honor con sangre. Y, años más tarde, por los gritos y peleas de algunos delincuentes, como los famosos “Carita” y “Tirifilo”, quienes se amparaban en la sombra de los árboles para ajustar cuentas.

En 1770, el Virrey Manuel Amat y Juniet le da un nuevo toque a la Alameda Grande. Cambia su nombre por el de “Alameda de los Descalzos”, en alusión al convento y la remodela. Hace sembrar aromos, ñorbos, jazmines y capulíes.

Finalmente en 1856, el presidente Ramón Castilla, gran asiduo a la zona, hizo colocar puertas y una verja de hierro traída desde Inglaterra, de 500 metros de largo por cada lado y 20 metros por cada frente. A los costados de la alameda, se pusieron pedestales de piedra sobre los cuales iban 12 estatuas grandes de mármol de Carrara (Italia) que representaban a los meses del año y seis más pequeñas, de personajes de la mitología griega. También la dotó de maceteros con base de hierro, bancas, una glorieta y faroles a gas.

Además de la Alameda de los Descalzos, en el Rímac existieron, en distintas épocas, otras alamedas, como la de Acho (actual playa de estacionamiento de la Plaza de Toros, denominada Alameda Nueva, donde se encontraba la estatua de Colón, hoy ubicada en el paseo en el Cercado) y la de las Cabezas, construidas en 1738 por el Virrey Marqués de Villa García para embellecer esa parte del río. También la de Bobos (costado de Descalzos, desde donde partían los habitantes para la Fiesta de Amancaes) y la de Trajamar (construida más reciente, en el siglo XX), por donde se encuentra el puente Santa Rosa (avenida Tacna).

PASEO DE AGUAS

Se dice que el Virrey Manuel Amat y Juniet, muy enamorado le preguntó a Micaela Villegas, la “Perricholi” qué obsequio quería recibir y ella le dijo: “Quiero la luna y las estrellas a mis pies”. El pedido fue cumplido y la actriz tuvo el cielo a su alcance, reflejado en el Paseo de Aguas que su amante mandó construir para ella.

La obra se inició en 1770. En un comienzo se llamó Paseo de la Narbona, debido a un antiguo juego de aguas existente en la ciudad francesa de ese nombre. Su diseño fue realizado por el mismo virrey, quién no pudo ver finalizados los trabajos, quedando inconclusa. Posee una arquería y un gran espejo de agua, el cual se surtía con las aguas provenientes del río, a través de un canal. Gracias a un sistema circulante, el agua era elevada para caer a modo de cascada. Alrededor se concibieron jardines y surtidores, los cuales no se pudieron concretar, debido al retorno del virrey a España y a la oposición de los moradores de la zona.




VECINOS NOTABLES
En 1590, los indígenas camaroneros del Rímac son trasladados al barrio de Santiago del Cercado, condición que es aprovechada por muchos españoles para solicitar solares a concesión, a cambio de su trabajo en los puentes y obras. Es así que el Arrabal de San Lázaro recibe a vecinos importantes, como regidores y descendientes de los primeros conquistadores.
Uno de los primeros tambos –según da cuenta Jorge Gálvez en su descripción de la Alameda – fue “el de Francisco Nieto. También el de Francisco Refedel y de su mujer doña Bernarda de la Gama. Tenía ocho puertas a la calle. Cerca estaba la huerta del cirujano Juan Beltrán de Mondragón y en la misma calle que iba al Monasterio de los frayles descalzos de San Francisco, tuvo casas el capitán Pedro de Azaña.
Otra notable residencia en la zona fue el molino de D. Juan de la Zelda, Alcalde de Lima. Igualmente, la casa y huerta de Antonio de Tejeda, hijo de un personaje importante a fines del siglo XVI, don Bernardino de Tejeda, fundidor Mayor de la Artillería, “rico y de buena traza”. (José Gálvez)
A fines del siglo XVIII, en lo que fuera el molino de Portillo, se alzó la casa de la Perricholi, después de cinco años de la partida del Virrey Amat. Actualmente ya no existe, en su lugar se construyó una fábrica cervecera.
Por los alrededores también había huertas y quintas, cuyos propietarios eran médicos, militares, comerciantes. De ellas quedan la Quinta Presa y la finca donde hoy funciona el instituto Sevilla, perteneciente a doña Ana María de Galindo.