miércoles, 28 de julio de 2010

RICARDITO, EL NIÑO MILAGROSO

Por: Nanda Leonardini

Está representado en cuerpo completo. Es la imagen de un niño de aproximadamente seis años de edad, bello, vestido de marinero, apoyado con el codo sobre un pedestal. Unos rizos bien peinados adornan su carita redondeada, de finas facciones. Se trata de la escultura en mármol blanco, a tamaño natural, de Ricardo Espiell Barrionuevo, el denominado Niño Milagroso o “Cachuelero”, el personaje más visitado del cementerio museo Presbítero Maestro.

Según los panteoneros del lugar, su culto se inicia aproximadamente en 1990. Al principio era solicitado por quienes buscaban trabajo, sin embargo, hoy en su tumba (Puerta 4, frente al Pabellón del Buen Pastor) se pueden encontrar distintos pedidos, como el de una madre desesperada que le escribe una carta para solicitarle aparte a sus hijos de las drogas, de una mujer que desea encontrar novio o la de un niño que le pide ayuda para pasar sus exámenes de fin de año.
Su devoción es tan grande, que en su tumba no faltan flores, dulces, cartas y recuerdos que dejan sus fieles, quienes se preocupan de limpiarlo, de mantener su espacio cuidado y vestirlo de acuerdo a las festividades religiosas. Han llegado hasta a escribirle una oración y realizarle misas para agradecerle por los dones concedidos.

Hasta hace poco se desconocía los orígenes de este “santo popular”. La doctora Nanda Leonardini, en un trabajo realizado con el fin de develar la fe que el pueblo limeño le tiene, concluye que Ricardo Espiell (su apellido deviene del inglés Spiel, castellanizado en el siglo XIX) desciende de una familia mestiza serrana, afincada en sus inicios en una hacienda ganadera en Puno, luego de la Independencia peruana.

De acuerdo a los aportes de la historiadora Leonardini, se sabe que Ricardito Melquíades Espiell Barrionuevo nace en Lima el 10 de diciembre de 1886. Fue hijo de Ricardo Martín Espiell, abogado, elegido como diputado por Puno en 1866. A los ocho meses de su nacimiento (agosto 8, 1887) su padre fallece a consecuencia de una neumonía en el hospital San Lázaro del Rímac, a la edad de 44 años.

Después de ser velados en su casa de la calle del Pozo Nº 79, los restos de su progenitor son trasladados a la iglesia de La Merced para las honras fúnebres pertinentes y de allí a un nicho temporal del pabellón San Pablo en el cementerio Presbítero Maestro, de donde luego es trasladado al lugar que hoy ocupa.

El padre de Ricardito, además de estudiar Derecho, participó en el Combate del Dos de Mayo (1866) como bombero fundador de Compañía Nacional. En la Guerra del Pacífico presta sus servicios en la corbeta Unión (1879) y durante la defensa de Lima, se le confía el comando de la guarnición apostada en el cerro Vásquez (1881). Miembro del Partido Civil, masón de la Logia Honor y Progreso, forma asimismo parte del Ateneo de Lima, del Club Unión y del Consejo Provincial de Lima.

Su carrera dentro de la administración pública lo lleva a ser secretario del presidente Manuel Pardo (1872-1876) y con posterioridad, colaborador estrecho del presidente Francisco García Calderón (1881). Escribe en el diario El Comercio y publica Reseña histórica de la Compañía Nacional de Bomberos (Tauro del Pino, 2001:936).

NACE SU CULTORicardito queda huérfano de padre antes de cumplir el año y su infancia transcurre en el puerto del Callao hasta el 1 de marzo de 1893 cuando, de seis años, dos meses, 18 días, fallece de fierre perniciosa; a decir de los médicos un caso de malaria. El párroco de la iglesia de Santa Rosa autoriza sea sepultado el 3 de marzo en el cementerio Baquíjano (Callao), en un nicho temporal, hecho que indica las escasas posibilidades económicas de la madre (De la Lama, 1893).

La investigación de la Dra. Leonardini concluye que sus restos fueron trasladados, en noviembre de 1899, a una tumba perpetua, junto con el padre, gracias a la solidaridad de los amigos, quienes así lo dejan escrito en el monumento erigido al papá.

El culto de “Ricardito”, cuentan los trabajadores de la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana, administradora del cementerio, nace gracias a la iniciativa de una señora, quien por los años 90 descubre la escultura del niño y le reza pidiéndole un milagro. En agradecimiento, hace limpiar la escultura y colocar un jarrón para las flores. A partir de ese momento, va semanalmente a verlo para dejarle regalos.

La fama de Ricardito como milagrero crece y se difunde su culto entre las floristas, panteoneros y lavadores de carros. Poco a poco se van sumando fieles que visitan su tumba. Su fervor es tal, que algunos incluso aseguran haberlo visto, caminando entre los jardines y no faltan aquellos que dicen ser acompañados por él hasta sus hogares.

“Yo lo he visto por la avenida Brasil y eso fue una señal para venir a verlo, más ahora en que hay tantas desgracias en el mundo”, dice una mujer que los lunes – día de las ánimas – visita el cementerio para agradecerle por haberla ayudado a encontrar a su hijo perdido en las inmediaciones de Gamarra.

Vestido con el hábito del Señor de los Milagros, de San Martín de Porres, adornado con corona de flores, campanitas o rodeado de flores…ahí está Ricardito, esperando quien lo visite. Alrededor suyo yacen cartas, juguetes, fotos y pedidos de creyentes que lo siguen por años o se incorporan al círculo de fiels, esperanzados en su facultad de interlocutor con la divinidad….

FuentesLEONARDINI, Nanda, Revista Anubis, N° 6
Archivo Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana
Trabajadores Cementerio Museo Presbítero Maestro

MUSEO COMBATIENTES MORRO DE ARICA



Inaugurado en 1975, durante el gobierno del General de División Juan Velasco Alvarado, el Museo de los Combatientes del Morro de Arica, se levantó en lo que fuera la casa donde nació el Coronel Francisco Bolognesi Cervantes, Gran Mariscal del Perú, héroe y patrono del Ejército Peruano.

Ubicado en el jirón Cailloma 125, Cercado de Lima, el inmueble formó parte de lo que antiguamente fue el solar de Juan Meza, quien lo recibe de manos del Gobernador Francisco Pizarro en reconocimiento a su importante apoyo durante la conquista.

El museo consta de diez salas donde se exhiben las reliquias, objetos, cuadros, documentos, muebles, uniformes, así como armas utilizadas en la defensa del Morro de Arica, el 07 de junio de 1880.

Trasponer sus puertas permite al visitante conocer este importante capítulo de la historia peruana y la entrega de los hombres que se inmolaron para hacerle frente a las fuerzas chilenas. Es nutrirse de patriotismo y emoción cívica.

AMBIENTES DEL MUSEO
El museo posee dos plantas debidamente acondicionadas. En la primera, se observa, la Sala del coronel Francisco Bolognesi, De la familia del Héroe, Patio interior, Cocina y baño de la casa, Sala del teniente coronel Roque Sáez Peña, Sala del coronel José Joaquín Inclán, Sala de los Héroes del Morro de Arica, Sala del coronel Alfonso Ugarte, Sala Origen del Museo.

En la segunda planta se encuentran: La Sala de Conferencias, Sala de los Combatientes Marinos, Sala de la Maqueta y Sala de las Armas, Sala de la Respuesta y Epopeya del Morro de Aria.

Iniciando la visita en el patio principal se puede apreciar un cañón de marca Voruz, traído de Francia-Nantes, que fuera utilizado en la defensa de Arica. Tiene un peso aproximado de cuatro toneladas, conserva sus respectivos proyectiles,

SALA CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI
Esta dedicada exclusivamente al Patrono del Ejército Peruano. Se exhiben prendas, documentos relacionados al Titán del Morro de Arica: Coronel Francisco Bolognesi. Ahí está el óleo pintado por Germán Suárez Vértiz, copia original del realizado por el famoso pintor peruano Daniel Hernández, ubicado en el despacho presidencial del Palacio de Gobierno.

Así también hay pinturas de los dos hijos militares del héroe: el Capitán Enrique Bolognesi y el Teniente Augusto Bolognesi, ambos murieron a causa de las heridas recibidas en la Batalla de San Juan de Miraflores cuando los invasores llegaron a Lima. En la vitrina se observa el uniforme de gala que usó Bolognesi en la campaña, fue donado por la bisnieta del héroe, Sra. Ana María Bolognesi.

Observamos un óleo que data de 1920, pintado por Aguirre, en el que se aprecia la Plaza Bolognesi, donde se levantó el monumento al héroe de Arica. La escultura fue hecha por el escultor español Agustín Querol, tiempo más tarde fue cambiada por otra escultura del peruano Artemio Ocaña.

En la parte central de la sala se luce una hermosa mesa redonda del estilo frances-boule, con incrustaciones de bronce y de carey, asimismo muebles tallados en madera pertenecientes a la época.

Por medio de una lupa se puede admirar un trabajo en miniatura de la efigie del coronel Francisco Bolognesi, hecho en un palo de fósforo por el peruano Leen Bulnes Málica.

SALA DE LA FAMILIA BOLOGNESI
En esta sala se recoge parte de la vida de Francisco Bolognesi. Se puede ver el óleo con la imagen de los padres del coronel Francisco Bolognesi: don Andrés Bolognesi Campanella, natural de Génova-Italia; y su madre, doña Juana Cervantes Pacheco, natural de Arequipa.

También hay testimonios de su paso por Arequipa, donde fue conducido por sus padres luego de nacer en esta casa. Ahí trabaja en la empresa Lebris y Violer y contrae nupcias con María Josefa de la Fuente Rivero y tiene cuatro hijos.

En la parte central, un cuadro con el árbol genealógico del héroe y la figura de su segunda esposa, doña Manuela Silva Medrano.

En una de las vitrinas, se encuentran fotografías de la familia del héroe, documentos importantes como la partida de matrimonio y la foja de servicios de su importante carrera. También una hermosa vajilla de losa traída de Europa, conteniendo piezas de platos, fuentes y cubiertos con la grabación del nombre del héroe.

SALA DEL TENIENTE CORONEL ROQUE SAEZ PEÑA
Aquí se rinde culto al teniente coronel Roque Saenz Peña, ilustre soldado argentino y heroico soldado, quién dejó su Patria para incorporarse al Ejército Peruano, comandando al Batallón Iquique de la 8va. División. Fue herido y tomado prisionero.

Destaca en el recinto una hermosa espada de honor, con una inscripción que dice: “A Roque Saenz Peña, ciudadano argentino y heroico soldado del Ejército del Perú. Homenaje de admiración de la Juventud de Buenos Aires”.

También se aprecian diversas condecoraciones que le fueron otorgadas durante su permanencia en Lima, la fotografía del ilustre argentino y una vitrina que contiene el uniforme de gala donado por la señora Rosa Saenz Peña, hija del héroe.

En una fotografía de Lima antigua, se puede observar el recibimiento que le hiciera el público, con vivas y aplausos, cuando en 1905 fue invitado al Perú para la inauguración del monumento al coronel Francisco Bolognesi.

En la sala figuran, además, una placa recordatoria donada por la Embajada de la República Argentina conteniendo las palabras del teniente coronel Roque Saenz Peña, quien en 1920 fuera elegido presidente de su país. Igualmente, un óleo del valiente militar hecho por el pintor Montoya.

SALA CORONEL JOSE JOAQUIN INCLAN
En esta sala se muestran fotografías del Coronel José Joaquín Inclán, héroe nacido en Tacna el 12 de octubre de 1825. Sus padres fueron María del Carmen Gonzáles Vigil y don José Inclán. Ingresó al Ejército el 20 de octubre de 1840, con el grado de Sub Teniente de la Guardia Nacional. Participó en el Combate del 02 de Mayo de 1866 y se inmoló en la Batalla de Arica, comandando la 7ma. División.

En esta sala, además del busto del Coronel Inclán, se encuentran los del Teniente Coronel Ricardo O´ Donovan y Coronel Justo Arias Araguez, todos donados por las promociones de la Escuela Militar de Chorrillos. De estos militares se muestran además algunas de sus pertenencias y se hacen honores a su arrojo en Arica.

Del Coronel Justo Arias Araguez, jefe del Batallón Granaderos de Tacna, muerto heroicamente defendiendo el Fuerte Ciudadela, como consecuencia de una descarga cerrada al negarse a rendirse ante el enemigo, se conserva su histórica frase: “¡Granaderos, firmes, en sus puestos!….¡No me rindo, viva el Perú!”.

También está la fotografía del Capitán Alejandro Bustamante Liendo, integrante de la Comandancia General del Morro, quien participó en el Combate del 02 de Mayo y la Batalla de Tarapacá. Otros héroes homenajeado son el Sargento Mayor Luis Armando Blondell, uno de los artilleros que murió heroicamente defendiendo el Morro; y, el Sub Teniente Casimiro Marino Ara, quien fue el ayudante del Coronel Francisco Bolognesi, quien es tomado prisionero y enviado a San Bernardo- Chile.

En la parte central de la sala, hay una vitrina conteniendo documentos, fotografías y una impresionante carta del Artillero del Huáscar Abelardo Gonzáles, quien participara en la Batalla de Miraflores.

En otra vitrina se observa el uniforme de Gala del Teniente Coronel Manuel C. de la Torre, Jefe de Estado Mayor de la Plaza de Arica. Abogado de Moquegua, desempeñó cargos de Cónsul del Perú en Iquique.

SALA DE LOS HEROES DEL MORRO DE ARICA
En este salón se les rinde homenaje a aquellos valerosos hombres que ofrendaron sus vidas defendiendo el suelo peruano. Hay una placa de mármol en la que figuran los nombres de coroneles, capitanes, tenientes, alférez, sargentos y otros. Asimismo, una alegoría de mármol en homenaje al soldado Alfredo Maldonado Arias, un adolescente de 17 años de edad, el cual ante la intimidación chilena respondió: “Yo no me rindo”, y prendió fuego al polvorín Ciudadela para así morir junto con sus compatriotas.

También está la urna conteniendo las cenizas de los bravos combatientes recogidas del Osario del Morro de Arica y frente a ella, una llama encendida. A los costados dos hermosas consolas trabajadas en madera de palisandro cubiertas de mármol pertenecientes a la época, sobre ellas dos lámparas antiguas.

A un extremo del ambiente, una fotografía de los héroes sobrevivientes, tomados prisioneros en la batalla y conducidos a la cárcel de San Bernardo, en Chile. Hay además una fotografía del sarcófago con los restos del Coronel Francisco Bolognesi, que descansa en de la Cripta de los Héroes en el cementerio Museo Presbítero Maestro.

SALA DE CORONEL ALFONSO UGARTE
En este recinto se distingue el óleo del pintor Juan Lepiani, donde
se plasma la acción valerosa del héroe Alfonso Ugarte, arrojándose del Morro de Arica, para salvaguardar nuestra Bandera Nacional. El héroe, nacido en Iquique, participó en la Batalla de Tarapacá, defendiendo la Patria.

Poseedor de una gran fortuna, armó al contingente a su mando, dejó su hogar y a su abatida madre, para incorporarse a la contienda. En el testamento que se muestra, declara que la mayor parte de sus bienes son para su progenitora, doña Rosa Vernal, una parte para su hermana y el resto para que se paguen sus deudas.

Su madre le hizo construir un mausoleo en el cementerio Museo Presbítero Maestro y solicitó – desde Francia, donde falleció doña Rosa- que los restos de su hijo sean traídos a Lima. Hoy descansan en la Cripta de los Héroes.

En esta sala, también están las fotografías del Teniente Coronel Benigno Cornejo, quien combatió como 2do. Jefe del Batallón Tarapacá; y, del Coronel Mariano Emilio Bustamante, fallecido en el Morro.

SALA DE ORIGEN
En este espacio se guardan los documentos que dan origen a la restauración y conservación de la casa, como fotografías de la fachada reconstruida en 1916, una acuarela del anteproyecto, el dibujo a carbón del pintor francés Leonce Angrad de la antigua calle Afligidos, actual jirón Cailloma.

Igualmente hay una maqueta de la casa Museo, los planos de la casa donde nació el héroe, así como elementos de su construcción: viguetas, estrellitas de paja, enormes clavos, etc.

Comparte el recinto, la fotografía del Teniente Coronel Juan Pablo Ayllón, quien luchó comandando las Baterías del Norte, durante la batalla del 7 de junio. En una vitrina horizontal destaca el sable de hoja toledana con empuñadura de marfil, que perteneció al héroe.

SALA DE CONFERENCIAS
En esta sala se encuentra en la segunda planta y en ella se le rinde homenaje a los jefes y oficiales que murieron en Arica. El recinto sirve además para las actuaciones cívicas, entre ellas la celebración de la Batalla de Arica, el 7 de junio, y para recordar el día del natalicio de Francisco Bolognesi, el 04 de noviembre de 1816.

SALA DE LOS COMBATIENTES MARINOS
En ella está el cuadro del Capitán de Navío Juan Guillermo Moore, quien tuvo a su cargo los Fuertes del Morro, constituidas por las Baterías Alta y Baja. El, junto al Capitán de Corbeta Manuel Espinoza, con una dotación de 250 marineros, fueron embarcados en la fragata Independencia, que encallara durante el combate. La historia refiere de él, que vestía traje de paisano, rehusando llevar uniforme hasta no haber, por su comportamiento en una batalla, atenuado el recuerdo de la pérdida de su buque.

También está la fotografía del Capitán de Fragata José Sánchez Lagomarsino, comandante del monitor Manco Cápac. Durante el Combate de Arica, luego de hundir el monitor para que no cayera en manos del enemigo, fue hecho prisionero y llevado a la cárcel de San Bernardo en Chile. En una vitrina se observa su uniforme de gala.

Hay además, un cuadro de la fragata Independencia, del monitor Manco Cápac y la torpedera “Alianza”. De estos últimos también existe un cuadro de organización, donde se puede apreciar a los integrantes de la guarnición embarcada, constituida por personal del Ejército y de la Policía.

SALA DE MAQUETA
Se encuentra una maqueta topográfica donde se muestra la disposición de las fuerzas chilenas y peruanas. Se indica los sectores con sus respectivos batallones y baterías, así como la ubicación del cuartel general.

SALA DE ARMAS
En una vitrina, se observan los diferentes modelos de armas utilizadas, tanto por chilenos como por los patriotas. Así hay bayonetas con sus respectivas vainas metálicas, un fusil marca Peaboy y una carabina Remington.

A un extremo de la cámara, un cuadro con la ciudad de Arica, la cual quedó completamente destruida, pues fue saqueada e incendiada por los chilenos.

Al otro extremo, los catorce oficiales que estuvieron en la célebre respuesta, realizada dos días antes de la batalla. Resaltan tres cuadros con las fotografías del cañón de cureña de 12 libras de hierro.

En la vitrina central, los planos del cañón marca Vavasseur. El presidente Ramón Castilla comisionó a Francisco Bolognesi para que estudiara este armamento y los comprara en Europa en 1860. Fueron empleadas también en las baterías del Real Felipe el 02 de Mayo de 1860 para atacar a la Escuadra Española.

SALA EPOPEYA DEL MORRO DE ARICA
En ella destacan dos impresionantes cuadros del pintor peruano Juan Lepiani: “La Respuesta del Coronel Bolognesi”, donde se aprecia al parlamentario chileno Juan de la Cruz Salvo, encomendado para conminar a la rendición de las fuerzas peruanas y la entrega de la Plaza de Arica. También al coronel Bolognesi, quien en ese entonces tenía 62 años y a los oficiales que participaron en ese emotivo capítulo de la historia peruana.

El coronel, después de hablarles de su juventud, de lo que tal vez el futuro podía depararles, quiso constatar el sentir de sus oficiales. Luego que llegaran al mismo acuerdo, le dijo al enviado chileno: “Decidle a vuestro general que me siento orgulloso de mis jefes, que la guarnición de Arica no se rinde. Que tengo deberes sagrados que cumplir y que pelearemos hasta quemar el último cartucho”.

El otro cuadro: “El Ultimo Cartucho”, presenta la acción de la batalla, la lucha entre peruanos y chilenos. El coronel Bolognesi herido y sangrando intenta eliminar a un soldado chileno, sin embargo por la retaguardia, un soldado enemigo le da un culatazo que le destroza el cráneo.

En la parte baja yace muerto el capitán de navío Guillermo More y en la parte superior, el teniente coronel Roque Saenz Peña, quien fue acorralado y tomado prisionero

En este espacio también se encuentra el Pabellón Nacional que flameaba en el mástil del Morro de Arica, bandera que fue escondida por el teniente Emilio de los Ríos, en la bajada del Morro. La señora Encarnación Soto, que vivía por los alrededores de Arica, fue a ver lo sucedido con la esperanza de encontrar algún sobreviviente o herido, pero su emoción fue grande cuando descubrió la bandera. Ella se la entregó al teniente coronel Manuel de la Torre, sobreviviente de la batalla, cuando ocupaba el cargo de Cónsul de Arica.

Esta sala, además de una fotografía inédita de Francisco Bolognesi con sus oficiales, -donada al Cuartel del Ejército por Panamericana Televisión y traída luego a esta casa museo-, está decorada con muebles coloniales tallados en madera y revestidos en pan de oro. También una hermosa araña de cristal de roca.(L.V.A.)

FUENTE
MUSEO COMBATIENTES DEL MORRO DE ARICA- CASA BOLOGNESI
VALCARCEL, Carlos Daniel; DOCAFE, Enrique y otros autores: Historia General de los Peruanos, El Perú Republicano, tomo 3 – Ediciones Peisa, 1986

martes, 27 de julio de 2010

PROCLAMA DE LA INDEPENDENCIA EN LIMA

Escribe: Lita Velasco Asenjo

El primer grito de independencia del Perú se escuchó por primera vez en Supe, puerto en el que desembarca la flota marítima en abril de 1819, un año antes del ingreso de Don José de San Martín a territorio peruano. Esa misma voz retumbaría tiempo después en Ica, Huancayo, Lambayeque, Trujillo, Cajamarca, Jaén y Moyobamba. Sin embargo, la proclama más significativa se dio en Lima, pues en esta parte del país se concentraba la mayor fuerza española. Era desde aquí que salían las tropas realistas para hacer frente a los rebeldes de América del Sur.

ANTECEDENTES
La corriente emancipadora, al mando de San Martín, llega al Perú procedente de Chile y desembarca en Paracas el 20 de setiembre de 1820. A partir de ahí comenzó su avance por distintos puntos del país, tanto por el norte, sur y centro, poniendo en jaque a las fuerzas del Virrey Joaquín de la Pezuela, quien es depuesto desde España y reemplazado por José de La Serna.

Estratégicamente Lima era el punto donde se fortalecía el poder de los realistas, representado por militares, nobles y criollos leales a la corona. Es por ello que San Martín decide incursionar primero en otras localidades próximas a la capital, a fin de ganar adeptos a su causa.

En Pisco, llamó a la Independencia y creó la naciente bandera peruana, el escudo y la escarapela (21 de octubre de 1820), símbolos que representaban el sentir de una nación deseosa de romper el yugo español. En Huara, en medio de una multitud que lo aclama, presenta algunos decretos. Según la tradición, fue desde un balcón de ese poblado que proclama por primera vez la Independencia patria.

Cuatro días antes del ingreso de San Martín a la capital del virreinato más grande de Sudamérica y luego de una infructuosa negociación con el Libertador - en una entrevista sostenida en la hacienda de Punchauca- , el virrey La Serna abandona Lima y se dirige al Cusco, donde sienta las bases de su gobierno.

ENTRADA DE SAN MARTIN A LIMA
Don José de San Martín ingresa a Lima el 10 de julio de 1821, a las 7.30 de la noche, luego de lograr la adhesión de diferentes sectores de la población. Al respecto, Jorge Corbacho, en su obra “El 28 de Julio de 1911”, presenta la versión del viajero inglés Basil Hall, testigo presencial de la primera entrada del Libertador. En ese entonces, el marino se encontraba al mando de un buque de su país de estación en el Pacífico. El texto es el siguiente:

“San Martín no hizo uso de los derechos que tenía ganados, desdeñó el acompañamiento de un numeroso cortejo y no entró sino de noche, acompañado de un solo ayudante. No era, sin embargo, su intención entrar aquel día, se hallaba fatigado y deseaba reposar en una posada, a medio vestir. Había descendido del caballo, y colocándose desapercibido en un rincón bendiciendo a su estrella y a la providencia por haber salido con bien de esta gran operación”.

Hall continúa: “Dos sacerdotes descubrieron su escondite; era necesario darles audiencia. Cada uno de ellos pronunció un discurso, que él escuchó con su acostumbrada bondad; uno lo comparó a César, el otro a Lúculo. Santo Dios esclamó (sic) el general una vez que los padres se retiraron, ¿dónde hemos venido a caer? - Oh mi general, respondió el ayudante, hay más de dos mil del mismo temple.- Lo creo contestó él. Y bien, haga Ud. ensillar los caballos y partamos”.

Según el inglés Hall, San Martín se dirigió luego a la casa del Marqués de Montemira. A pocos segundos de esparcida la noticia de su llegada, los patios, jardines y sala de la residencia se llenó de curiosos, muchos de los cuales se mostraban impacientes por descubrir al general, quien en todo momento demostró ser un hombre modesto y enemigo de la ostentación.

Ese día se presentaron ante el Libertador, entre otros, una mujer de mediana edad que se precipitó a sus pies, quiso besarle las manos a la vez que exclamaba que tenía tres hijos que ofrecía al servicio de la Patria, de quienes esperaba fuesen dignos de la libertad y no esclavos como antes.

“San Martín -dice Basil Hall- no trató de levantarla…se inclinó para escucharla, y cuando ella hubo acabado, cuando acabó el primer acceso, le tomó las manos con dulzura y le suplicó se levantase. Esta pobre mujer se arrojó a su cuello, estaba bañada en lágrimas y su corazón palpitaba de reconocimiento”.

Así como esta muestra de admiración, el General San Martín recibió muchas más, tanto de religiosos como laicos, hombres, mujeres y hasta niños que se comprometían a seguirlo. Tal era la aglomeración de gente, que decidió mudar su cuartel general al Palacio de Gobierno, antigua morada de los virreyes. Ahí organizó, distribuyó responsabilidades y atendió a los pobladores que solicitaban audiencia.

Cronistas de la época lo describen como una persona siempre atenta, modesta y sublime, renuente a los halagos. Al respecto, Basil Hall manifiesta: “A San Martín le parecía un delito para con la Patria aceptar vítores y hosannas mientras flameasen en América las banderas españolas”

Fueron entre los muros de esa delegación donde se redactó el Acta de la Independencia. Ya para el 14 de julio, en el salón del Cabildo, más de dos mil ciudadanos habían firmado el documento, adhiriéndose con entusiasmo a la causa libertadora.

PREPARATIVOS
La Junta de notables convocada por el General San Martín, luego de la firma del Acta redactada por Manuel Pérez de Tudela, juró la independencia el 15 de julio de 1821. Ese mismo día, además de quedar sentado el deseo unánime de acabar con el sometimiento a la corona española, se comisionó al Alcalde don Isidro de Cortázar y Abarca, Conde de San Isidro; y, a los regidores José Matías Vásquez de Acuña -Conde de la Vega del Ren- y, al doctor Manuel Pérez Tudela organizar la proclamación, establecida para el día 28, “en un acto con toda la pompa y grandeza correspondiente a la grandeza del asunto y al decidido patriotismo de sus moradores”, según el pedido del Libertador.

A través de un oficio dirigido al Cabildo, con fecha 18 de julio, San Martín solicita la formación del Estandarte que debía exponerse a los habitantes como símbolo de su nacionalidad y soberanía. La persona designada para llevarlo en las ceremonias cívicas fue el regidor Conde de la Vega de Ren, quien es elegido por aclamación en cabildo abierto, en reconocimiento a sus virtudes, “como el individuo más benemérito de la Patria”.

El estandarte fue hecho por don José Arellano, encargado de la confección; y, por don Manuel Ramírez, quién bordó los escudos. Este se realizó según lo estipulaba el Decreto expedido por San Martín en Pisco, en 1820, en cuyo artículo primero decía: “Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales, con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se eleven sobre un mar tranquilo. El escudo puede ser pintado, o bordado, pero conservando cada objeto sus colores: a saber, la corona de laurel ha de ser verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color oro; azul la parte superior que representa el firmamento; amarillo el sol con sus rayos; las montañas de un color pardo oscuro y el mar entre azul y verde”.En su artículo segundo, disponía el uso de una escarapela bicolor, de blanco y encarnado, haciendo hincapié que estos artículos sólo tendrían fuerza y vigor hasta que se estableciera en el Perú un gobierno general por la voluntad libre de sus habitantes.

Paralelamente a este estandarte, en muchas casas se hicieron escarapelas, banderas y cintas de distintos tamaños, algunas bicolores que mezclaban el blanco y rojo; otras tricolores, que incluían tonalidades celestes en honor al ilustre argentino.

El Ayuntamiento y las corporaciones ornamentaron calles, plazas, las cuales también se decoraron con arcos triunfales. Uno que deslumbró por su belleza –según lo da a conocer la “Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, de agosto de 1821- fue el erigido por el Tribunal del Consulado, que además de adornos, inscripciones y emblemas, llevaba una estatua ecuestre del Libertador con sable en mano.

La Casa de la Moneda, con el apoyo de San Martín, logra poner en funcionamiento algunas de las máquinas inutilizadas por los españoles en su salida de Lima. Con la inscripción de “Lima libre juró su independencia el 28 de julio de 1821” rodeando el Sol en el anverso; y, en el reverso, al lado de las palabras “Bajo la protección del Ejército Libertador del Perú, mandado por San Martín”, se acuñan medallas conmemorativas de oro, plata y cobre, para ser repartidas entre funcionarios, principales de la ciudad y el pueblo en general.

Las pocas imprentas que existen publican himnos, canciones, odas, mensajes patrióticos. Don Manuel Peña escribe: “¡Oh, Patria!, ya estás libre eternamente,/ del opresor tirano./ Bendice sin cesar la noble mano/ que te hizo tan magnífico presente/ Bendice la memoria/ del Héroe invicto que te da la gloria…”

En “Lima independiente” se lee: “…Lima en los brazos de su amarga suerte/ De todos olvidada, /Y al parecer, del Cielo abandonada/ A los negros horrores de la muerte, / Es la atención primera/ Del primer Héroe que habitó la esfera. /Del magestuoso (sic) asiento de su gloria/ Una tierna mirada/ Dirige a esta región desventurada/ Que sola ocupa toda su memoria/ La observa y dice ufano: A Lima libraré de su tirano…”

Todo era motivo de fiesta y celebración. Hay incluso una compañía de comedias que monta la obra “Los patriotas limeños en la noche feliz”, pieza sin mérito literario pero rebosante de ingenuidad y patriotismo. (Jorge Corbacho, p.19).

PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA
Desde el ingreso de San Martín y sus huestes, la ciudad se mantuvo en expectativa. Cuatro días antes del 28, se comenzaron a levantar tablados en distintos puntos de Lima, tal cual lo estipuló el Libertador en el bando remitido al Ayuntamiento, el 22 de julio.

En él dice: “…Ciudadanos, mi corazón que nada apetece más que vuestra gloria, y a la cual consagro mis afanes, ha determinado que el sábado veintiocho se proclame vuestra feliz Independencia y el primer paso que dais a la libertad de los pueblos soberanos, en todos los lugares públicos en que en otro tiempo se os anunciaba la continuación de vuestras tristes y pesadas cadenas. Y para que se haga con la solemnidad correspondiente, espero que este noble vecindario autorice el augusto acto de la jura concurriendo a él; que adorne e ilumine sus casas en las noches del viernes, sábado y domingo; para que con las demostraciones de júbilo, se den al mundo los más fuertes testimonios del interés con que la ilustre capital del Perú, celebra el día primero de su Independencia y el de su incorporación a la gran familia americana”.

En respuesta a este requerimiento, se instalan estrados en la Plaza Mayor con frente al Palacio de Gobierno, Plazuela de la Merced (fronterizo a la iglesia de su nombre), Plaza de Santa Ana con frente a la Iglesia de las Descalzas; y, Plaza de la Inquisición, con frente al edificio que ocupara el Tribunal del Santo Oficio. En ellos se colocó una escalera y alfombras que se iban mudando de lugar.

Las fiestas cívicas se iniciaron el 27 por la tarde, con el repique general de campanas en todas las iglesias y la iluminación de la ciudad. Todas las casas y establecimientos comerciales lucían profusamente decorados, con los símbolos patrios. En las plazas y parques se prendían fuegos artificiales armados por los artesanos y Cofradías. La población, llegada de haciendas aledañas y distintos puntos del país, entonaba cánticos y bailaba en la Plaza Mayor al compás de la música interpretada por la orquesta de Fray Cipriano Ramírez, contratada por la Casa Capitular. (Fernando Gamio Palacio, p. 65-66).

La alegría era general y se lanzaban vivas a la Patria, a San Martín, al marinero inglés destructor de la armada española en el Pacífico, Lord Cochrane, y al general Las Heras, Jefe del Estado Mayor de la Expedición Libertadora. Prácticamente Lima amaneció de pie esa noche. Según una carta enviada a su esposa por el Coronel Tomás Guido, se calcula que “en la plaza y calles inmediatas habían más de dieciséis mil almas”

Por la mañana del 28, desde muy temprano, las iglesias hicieron repicar las campanadas anunciando el gran acontecimiento. Desde los balcones, ventanas y azoteas se lanzaban flores y papel picado bicolor. El regocijo era unánime, las mujeres se desplazaban ataviadas con sombreros de plumas rojas y blancas, tanto niños como adultos se iban de un lugar a otro, portando escarapelas y banderas, en busca de la mejor ubicación para presenciar el acto de declaración de Independencia.

A las diez de la mañana, San Martín vestido de gala –montado a caballo, en medio de voces de alabanza y aplausos, campanadas y el son de las orquestas militares- , dejó Palacio en compañía del Gobernador de la ciudad, Marqués de Montemira, de su Estado Mayor, Las Heras, Tomás Guido y demás generales del Ejército, todos ellos en brioso caballos ricamente enjaezados. Precedían el desfile, una comitiva compuesta de la Universidad de San Marcos y los Colegios, los prelados de las casas religiosas, miembros de los Tribunales y de las Corporaciones, jefes militares, oidores, gente de la nobleza con el Ayuntamiento. Detrás marchaba la guardia de caballería y la de alabarderos de Lima, los húsares de San Martín, el batallón N° 8, con las banderas de Buenos Aires y Chile, la artillería. A pie iban representantes del Colegio de Abogados y vecinos distinguidos. (Jorge Corbacho, p.21-22).

El cortejo cívico bordeó la Plaza Mayor, pasando por delante del Portal de Escribanos, Portal de Botoneros, la Catedral, hasta finalmente llegar hasta donde estaba colocado el tablado. Entonces, el General San Martín, portando el pendón nacional, subió las escaleras y rodeado de su comitiva, pronunció en medio de un silencio más absoluto, su histórica frase: “El Perú, es desde este momento, libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Y blandiendo la bandera, agregó: “Viva la Patria, Viva la Libertad, Viva la Independencia”.

En seguida, fueron lanzadas al público las medallas conmemorativas que marcaban el inicio de una nueva etapa en la historia peruana. Negros, indios, criollos, nobles, todos se mezclaban en un solo abrazo, conmovidos por el solemne acto, dando vivas, mientras se escuchaban los compases de las bandas del ejército.

Una vez concluida la ceremonia, la comitiva se dirigió hacia la Plazuela de la Merced, donde se repitió la misma escena. La proclama continuó en la Plaza de Santa Ana y finalmente, en la Plaza de la Inquisición, cuarto escenario elegido para la proclamación.

Finalizada la ceremonia, el General San Martín y los miembros de su delegación emprendieron el retorno a Palacio de Gobierno, dejando a su paso una población que festejaba con algarabía el gran acontecimiento patrio. Basil Hall resalta el hecho con esta frase: “Sólo a la pluma de un poeta y al pincel de una imaginación perspicaz, y más viva, corresponde pintar los colores y realces que hubo en este día tan sagrado…Baste decir que el paseo en que salió el Excmo. Sr. Libertador con todos los tribunales, Excmo. Cabildo y doctores, fue tan suntuoso que parece concurrieron a porfía el arte, la naturaleza y el primor del siglo”.

Por la noche, el Ayuntamiento organizó una fiesta de gala, a la cual asistieron las mejores familias de la ciudad. Hubo derroche de lujo, buena música y una cena servida con todos los honores por un selecto personal de servicio. Las mujeres sacaron a relucir sus mejores galas y joyas, en tanto los hombres asistieron con el uniforme de sus corporaciones o vestidos de etiqueta. No faltaron en la parte inferior del salón las “tapadas” limeñas, de quienes refiere Hall “mantuvieron un fuego graneado de bromas con los caballeros al finalizar el baile”.

Los invitados fueron recibidos por el Alcalde Conde de San Isidro y por el Conde de la Vega del Ren, comisionado para la organización de las actividades conmemorativas. El General José de San Martín dio inició el baile, mezclándose con los asistentes. Llegó acompañado de jefes y oficiales del ejército.

La Gaceta del Gobierno N° 7, informa: “La asistencia de cuantos intervinieron en la proclamación de la mañana, el concurso numeroso de los principales vecinos, la gala de las señoras, la música, el baile, sobre todo la presencia de nuestro Libertador, que se dejo ver allí; todo cooperaba a hacer resaltar más y más el esplendor de una solemnidad tan gloriosa”. (Fernando Gamio Palacio, p.77)

AL DIA SIGUIENTE
El papel de la Iglesia fue preponderante en las actividades realizadas con motivo de la Jura y Proclamación de la Independencia. Sin embargo, el día 29, tuvo un rol protagónico en la organización de la Misa Solemne y el Te Deum correspondiente.

El Arzobispo Bartolomé María de las Heras designó al Padre Fray Jorge Bastante para pronunciar la oración sagrada. Cabe destacar que este sacerdote franciscano se había incorporado al Ejército Libertador en Pisco y fue nombrado “Capellán del Gobierno”. Otro dato de interés, lo constituye la participación de don Andrés Bolognesi, Maestro de Capilla de la Catedral, padre del Héroe de Arica, responsable del coro y parte musical del oficio religioso.

La ceremonia se inició a las diez de la mañana, hora en que hace su ingreso a la Iglesia Matriz el General José de San Martín, acompañado del Ayuntamiento de Lima con el Estandarte de la Patria, Lord Cochrane, el Coronel Las Heras, autoridades militares, políticas, religiosas, corporaciones, vecinos notables.

Luego de la ceremonia, el Libertador se dirigió a Palacio de Gobierno, en medio de los vítores y aclamaciones de la población. Por la noche, daría un baile para retribuir los honores recibidos.

Según el Protocolo establecido, luego de la misa, en el Cabildo tuvo lugar una sesión solemne con los notables de la ciudad, a fin de tomar juramento de la Independencia al Alcalde, Regidores y funcionarios municipales, tanto a los que habían suscrito el acta del 15 de Julio, como a quienes no habían participado en el acto.

Ante un Crucifijo, delante de la Biblia colocada entre dos cirios, fueron desfilando los integrantes del Municipio, dando inicio a una ceremonia que se repetiría ese mismo día en otras dependencias públicas, así como en las Comunidades Religiosas, Universidad de San Marcos, Colegio de Abogados y demás corporaciones.

Esta medida, hecha con la finalidad de conocer la situación real de la capital y comprometer a los pobladores con el juramento de fidelidad a la Patria, se aplicó a la comunidad vecinal a partir del 13 de agosto, para lo cual se nombró comisarios responsables de organizar y recabar firmas. Lima, entonces estaba dividida en cuatro cuarteles y cada uno de ellos en diez barrios, con excepción del segundo, que tenía once.

Con este acto, de libre determinación de los peruanos, se daba un paso hacia el inicio de la República, consolidada un año después, cuando se instala el primer Congreso Constituyente.

FUENTES:CORBACHO, Jorge M - El 28 de Julio de 1821, Lima 1911.
GAMIO PALACIO, Fernando – La Municipalidad de Lima y la Emancipación 1821- Concejo Provincial de Lima, Comisión Municipal del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1971. DIARIO EXPRESO, Guías: Lima- Paseos por la Ciudad y su Historia - Fascículo 14: Lima y la Independencia, año 1997.
PORRAS BARRENECHEA, Raúl – Pequeña Antología de Lima (1535-1935), Madrid 1935. “La Proclamación de la Independencia en Lima, vista por el Inglés Basilio Hall”.

viernes, 23 de julio de 2010

CONVENTO DE LOS DESCALZOS

Escribe: Lita Velasco Asenjo

Fue fundado como convento de retiro en 1595 y se convirtió por 400 años en residencia de los religiosos franciscanos conocidos como los descalzos. Era el lugar desde donde partían los misioneros para cumplir su labor evangelizadora con los indígenas, a quienes no sólo enseñaban la doctrina cristiana, sino también a sembrar la tierra utilizando métodos más “modernos”, a sumar, escribir y hablar el castellano, estudiar algunas artes y nuevos oficios.

El trabajo de estos franciscanos en la nueva colonia española fue duro y difícil, al punto que muchos sacerdotes perdieron la vida en su intento por llevar la palabra de Dios, especialmente en las zonas selváticas. Hoy, esos mártires, muertos a causa del ataque de los nativos, animales, enfermedades y accidentes propios de una agreste naturaleza son recordados en el Convento de los Descalzos, convertido en Museo a partir de 1981.

Ubicado en la Alameda de los Descalzos, al pie del Cerro San Cristóbal, en la cuadra dos del jirón Manco Cápac, en el Rímac, este convento de frailes franciscanos constituye una joya testimonial de la vida que hicieron sus fundadores, entre ellos San Francisco Solano. Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1972 y forma parte del Centro Histórico de Lima.

HISTORIA
La primera orden religiosa presente en el Perú en el siglo XVI, fue la dominica, representada por el fraile Vicente Valverde, quien pisa tierra del nuevo continente al lado del conquistador Francisco Pizarro. Años más tarde, en 1533, luego de fundar en Quito su primer convento, llegan los franciscanos fray Marcos de Niza, Jodocko Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas, para iniciar una intensa labor evangelizadora entre los nativos, tarea reforzada en 1542 con la venida de doce sacerdotes de la misma congregación, que conforman la denominada Provincia de los Doce Apóstoles.

El segundo convento de la orden se ubicaría en Lima. Hacia 1548 también abrirían otros en Trujillo y Cusco. Cabe recordar que su labor sacerdotal trascendió las doctrinas de la Ciudad de los Reyes. Trabajaron tanto en el norte, centro y sur del país, incidiendo en las zonas andinas y selváticas, donde convivieron con los indígenas, conociendo sus costumbres y lenguas, requisito primordial para la evangelización, tal cual lo establecía el Primer Congreso Limense de 1551, al subrayar que la palabra divina debía ser manifestada por curas que hablaran quechua o aymara.

Luego de constituir la recolección de Ocopa, en la hoy provincia de Constitución (Junín), los franciscanos fundan una casa de oración, recogimiento y penitencia, en terrenos ubicados en el “Arrabal de San Lázaro”, donados por dos vecinos: Doña María de Valera y su hijo don Luis Guillén. La responsabilidad recayó en el fraile Andrés Corso, quien emprendió la construcción de doce celdas de barro y quincha para los primeros ocho franciscanos, cuyo primer Guardián (Superior) fue San Francisco Solano.

De este santo se dice era frecuente verlo caminar por el barrio, vestido con la tradicional sotana marrón, entonando cánticos gregorianos en honor a la Virgen, acompañado de su rabel. También, en este convento, en medio del silencio de su capilla, fue sorprendido mientras oraba contemplativamente en estado de éxtasis.

El convento fue abierto el 10 de mayo de 1595, 60 años después que el conquistador Francisco Pizarro fundara Lima. Su nombre oficial es “Nuestra Señora de los Ángeles”, sin embargo por costumbre popular se hizo más conocido como de los Descalzos, en alusión a las sandalias que llevaban los religiosos de la orden franciscana.

PATRIMONIO ARTISTICO E HISTORICO
El fraile Andrés Corso, fundador del Convento de los Descalzos, llegó a Lima como paje del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza en 1555. “Fue un varón laborioso y sufrido, modelo de virtudes….Hortelano, carpintero, sastre, albañil, portero, desempeñó los más modestos oficios.” (José Gálvez: “Calles de Lima y meses del año”, 1943).

A él se deben además cuatro casas más en el país. En la leyenda que acompaña el cuadro colocado en la entrada del primer claustro del convento, donde además se da cuenta que era natural de la isla de Córcega y que falleció el primero de junio de 1620, a los 90 años de edad, 60 de los cuales los dedicó a la vida religiosa. “Su cuerpo fue trasladado a la capilla de Santa Catalina del Convento Grande de Orden del Ilustrísimo Bartolomé Lobo Guerrero dada las virtudes y maravillas de este siervo de Dios”.

El recinto eclesiástico está debidamente ordenado según las necesidades de los que fueran sus moradores, con aposentos dotados de servicios esenciales para que ningún hermano recoleto o seglar penitente necesitara salir. Fue levantado en quincha y abobe, con un diseño muy rural, similar a las casas hacienda serranas, con techos altos, paredes sencillas y ambientes a desnivel, producto del aprovechamiento de terrenos ubicados en la ladera del cerro San Cristóbal, que les fueran regalados, en 1630, por el Virrey D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón.

A lo largo de sus 400 años de existencia, debido a la devoción de sus fieles y sin proponérselo, ha logrado acumular valores que enriquecen el patrimonio histórico y artístico de la nación. Recorrer sus instalaciones es apreciar el arte colgado en sus muros, el mensaje de sus óleos y citas bíblicas, las historias de los personajes que buscaron en este convento el consuelo, consejo, la esperanza, así como el reposo final.

Ahí se encuentran los restos de Micaela Villegas, “La Perricholi”, quien dispuso en su testamento ser sepultada a la entrada de la Iglesia. Asimismo, los del Obispo Masías, muerto con fama de santidad y morador de este convento (corredor de salida). En la casa retiro está la tumba del padre Francisco María Aramburú, a quien se debe la idea de poner una cruz luminosa en el cerro San Cristóbal.

Es en el Convento de los Descalzos donde se confiesa y ora ante la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles el Almirante Miguel Grau antes de partir a la gloria e inmolarse en el Combate de Angamos y es aquí también donde se puede recoger el testimonio de vida de los sacerdotes mártires fallecidos en su prédica por la selva peruana. Ver sus trajes, herramientas, sus rostros pintados al carboncillo.

El convento está conformado por siete claustros, tres de ellos destinados a la orden, con acceso restringido y cuatro abiertos al público: el de la Portería, el Ayacuchano, el de San Francisco de Asís y el de Enfermería. En cada uno de ellos existen celdas, muchas de las cuales conservan muebles de la época, imágenes de santos y elementos para los que fueron destinados.

VALIOSAS RELIQUIAS
Lo primero que destaca al ingresar al Convento de los Descalzos es el escudo de la Orden Franciscana y un mural de la Virgen del Rosario, acompañado de un salmo de la Biblia, que lleva a la reflexión. Luego está la Portería, donde sobresale su arquería y pisos de baldosas. En un muro se lee un pensamiento de San Francisco de Asís: “Tanto vale el hombre cuando vale delante de Dios. Y nada más”.
A pocos pasos, en la galería de acceso al claustro, en la parte central, se aprecia el retrato del Padre Andrés Corso, algunas pinturas de la Virgen del Carmen y una escultura del santo de Asís en compañía de dos seguidores: Bodadomma y Lucrecio.

Una vez traspuesta esta zona, se ingresa a un pasadizo, donde se ubica en primer lugar el cuarto de San Francisco Solano, primer Guardián y Vicario del Convento.

El ambiente, que refleja la austeridad de la época, tiene cuadros de la Escuela Limeña, del siglo XVII y XVIII. En uno de ellos se ve a San Francisco Solano recibiendo la maskaypacha y pisando el cuerpo de un soldado español. En él, el autor anónimo, simboliza el sentimiento de este santo tan identificado con los indígenas y sus costumbres.

Sobresale un altar presidido por la Virgen de la Candelaria, en compañía de los santos Antonio y Bernardino, un reclinatorio y unas actas emitidas por el Arzobispo de Lima, José Sebastián Goyeneche y Barrera, con fecha 1852, la cual concede 80 días de indulgencia a quien rece un salve en presencia de la Virgen.

Al claustro de San Francisco de Asís se accede por un pasadizo. En medio del patio se encuentra la escultura del venerable patrón. Es un ambiente de mucha paz, muy próximo al cerro San Cristóbal. Ahí está una gran imagen de Jesús crucificado, la escalera y el Balcón de Pilatos con cuadros de los Reyes de Judá, pertenecientes a la Escuela Quiteña. Un cuarto con un atril giratorio, máquinas y piezas de lo que fuera la imprenta, además de 30 libros corales, escritos en latín y grabados en pan de oro, con tapas de cuero de vaca y hojas de piel de carnero.

También la sala de las Misiones, donde hay óleos, grabados, vestimentas litúrgicas de cardenales, obispos, monseñores, hábitos tradicionales. Una reseña de 1630 sobre la labor evangelizadora de los franciscanos del convento de Santa Rosa de Ocopa por los ríos Huallaga, Perené, Pangoa y Ene. Asimismo, biografías, objetos litúrgicos (asperges, portaviáticos, portavelas), cámaras fotográficas, ceramios hechos por los nativos ashaninkas y shipibos, destacando dos que llevan la representación de la cruz.

Otro claustro a visitar es el de Enfermería, compuesto por la Botica, donde se hacían las pócimas y medicamentos a base de hierbas. En este recinto hay balanzas, morteros, instrumentos, frascos, libros de recetas. Muy junto, están las celdas destinadas a los pacientes, donde se incluye una habitación para el enfermero encargado de su cuidado. En ellas se encuentran camas con tarimas forradas en cuero de vaca, lavatorios, baños de asiento en bronce, retretes y muebles antiguos. Preside esta parte del convento, una escultura de San Diego de Alcalá, patrono de los enfermeros, además del cuadro “Consuelo de los Agonizantes”.

La ruta incluye la Galería de acceso a la Capilla de la Virgen del Carmen, donde destaca un cuadro de grandes dimensiones, que recoge el martirio de franciscanos en el Japón y Holanda, pintado por Juan Sánchez de la Torre, de la Escuela Limeña. Además de este, existen otros de impresionante belleza, no sólo por la representación de escenas cristianas, sino por sus marcos en pan de oro.

En la Capilla de la Virgen del Carmen -decorado con cuadros de gran valor artístico e imágenes de madera tallada- hay un altar trabajado al estilo barroco, dorado con pan de oro. El frontal del altar es de carey con incrustaciones de conchaperla y láminas de pan de oro. Antiguamente era la sala capitular, donde se tomaban las decisiones congregales, hasta que en 1733, el padre Santa María dona el retablo en el cual se encuentra la imagen de María llevando en brazos al niño Jesús. Las ventanas del lugar son láminas hechas de piedra de Huamanga.

La Sala Bitti es otro lugar de visita obligado. En él se haya una colección de cuadros de distintos pintores. Se distingue un óleo hecho por Bernardo Bitti, de ahí el nombre; José y el Niño de Estaban Murillo (Escuela Sevillana); Jesús adolescente, Escuela Flamenca.

En la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, se encuentra la placa donde se hace referencia a la presencia del Héroe de la Guerra del Pacífico: Miguel Grau, a las horas en que pasó orando antes de partir. Hay, además, cuadros dedicados a la Virgen, en distintas etapas de su vida.

El claustro Ayacuchano o del Vía Crucis fue erigido en el siglo XVII. En sus muros están representados los episodios de la pasión de Cristo, pintados en el fondo de retablos con tapa de madera. Las descripciones están hechas en castellano antiguo.

En un ambiente próximo, en la llamada Galería de Las Tradiciones, se ubica el óleo “El Cristo de la Agonía”, realizado en el siglo XVII, por el pintor Miguel de Santiago de la Escuela Quiteña. El autor, para trasladar al lienzo la agonía y sufrimiento de Jesús, atravesó con una lanza el costado de su modelo, llevándolo a la muerte. Este fue el último cuadro que hizo. Este sector recibe esa denominación en alusión a la historia recogida por Ricardo Palma en sus tradiciones.

El Refectorio o comedor, presenta dos grandes cuadros: La Ultima Cena y La Cena de Baltazar. Igualmente, en sus paredes se lucen representaciones de notables religiosos que moraron en el convento o tuvieron una participación destacada en el desarrollo espiritual de los franciscanos. Ahí están, entre otros, San Francisco Solano, San Antonio de Padua, el sacerdote Ramón Rojas, más conocido como padre Guatemala, hacedor de milagros; monseñor Masías, el Inquisidor Jacome de la Marea, el que fuera Guardián Leonardo Cortes y Culell. Cuenta con una tribuna, desde donde se leían los pasajes correspondientes de la Biblia, mientras se comía en silencio.

Muy cerca se alza la cocina, hoy convertida en una pinacoteca para los cuadros más grandes de la colección. En la pinturas se aprecia a los mártires decapitados, como San Juan Bautista, Santiago, Pablo, Diego, Isboseth. Resalta La Investidura de San Idelfonso, obra de Jaramillo (1636).

Complementa esta zona del convento, la bodega donde se elaboraba y almacenaba el vino para los frailes descalzos de los monasterios franciscanos de la costa, sierra y las misiones de la selva. En ella está el trapiche, los alambiques y las tinajas donde se guardaba el licor. Contigua está la olla usada para preparar las raciones del puchero que se repartía al pueblo en la celebración de la Porciúncula, costumbre mantenida hasta nuestros días.

Cada 02 de agosto, “Día de la Indulgencia de la Porciúncula”, los hermanos franciscanos elaboran esta sopa –pródiga en carnes (gallina, pollo, res y carnero), tubérculos y verduras- y la reparten entre los miles de personas del lugar. Se le puso el nombre de porciúncula por la iglesia llamada así, de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís, Italia, donde comenzó el movimiento franciscano.

CASA DE RETIRO
El Convento de los Descalzos fue sitio de recogimiento de virreyes, aristócratas, gente de la nobleza, así como de algunos presidentes, ministros, militares y pobladores que buscaban la compañía de los franciscanos, de la paz que emanaba de este lugar en el cual podían dedicarse en silencio a la oración, reflexión, ayuno y abstinencia.

Esta necesidad llevó al fraile español Juan Marimón a fundar, en 1744, una Casa de Ejercicios Espirituales, llamada también Casa Solano, pues en este bosquecillo pegado al cerro San Cristóbal, el santo solía orar a solas y dedicarse a la meditación. Lo llamaba con cariño ““mi monte Alberna”.

Hoy en día, el lugar sigue recibiendo al público para su retiro espiritual. Ha sido acondicionado con recursos más modernos, aunque existen todavía celdas que mantienen muebles de la época. También atesora pinturas valiosas y reliquias sagradas. Tiene un templo con un altar con privilegio conseguido por San Francisco Solano, el de la Recepción de la Indulgencia Plenaria: Todo aquel que entre en la capilla obtiene por ese solo paso, la concesión de perdón y absolución de sus pecados.

Como hecho anecdótico se dice que antiguamente sobre las mesas de noche de las celdas se colocaban calaveras, pero debido a que un “retirando” no pudo conciliar el sueño pensando en la fragilidad de la vida, fueron quitadas por el padre Javier Ampuero. También se cuenta que hasta hoy continúa cerrada la celda de un novicio, “a quien el diablo se llevó dejando sólo una de sus sandalias.

En los otros claustros del convento sin acceso para el público, se encuentran los ambientes destinados al servicio de los novicios de la orden, también la biblioteca de dos niveles con más de 15 mil volúmenes de libros de los siglos XVI al XX y otras valiosas pinturas, de una colección de más de 300 lienzos.

Las visitas son de lunes a domingo: 10 a.m. – 1.00 p.m y 2.00 a 6.00 p.m.

FUENTESCONVENTO DE LOS DESCALZOS, Párroco, R.P. Severino Esteban– Jhoselyn Baldeón (guia).
VARGAS UGARTE, Rubén –Historia de la Iglesia en el Perú, 1953, Tomo I- Archivo Histórico Arzobispal.
HAENKE, Tadeás - Descripción del Perú, Idea Preliminar de Lima; Finales de 1700-principios 1800.
PALMA, Ricardo - Tradiciones Peruanas, El Cristo de la Agonía.
GALVEZ, José. “Calles de Lima y Meses del Año”, presentado por International Petroleum Co. LTF con el Almanaque Rápidol, 1943.

lunes, 19 de julio de 2010

SEMANA SANTA EN LA LIMA VIRREINAL

Escribe: Lita Velasco Asenjo

Antiguamente se le denominaba “Semana Mayor” o “Semana Grande” y era el tiempo en el que se recordaba el Misterio Pascual de Cristo. Esta fecha, que hoy conocemos como “Semana Santa”, ha sufrido a lo largo del tiempo una serie de transformaciones, aunque mantiene su esencia, que es el reconocimiento al sacrificio del Hijo de Dios para salvar a los hombres.

La celebración de la Semana Santa, como otras costumbres religiosas, llega al Perú con los españoles, quienes traen tradiciones y cultos orientados a inculcar su fe en un Dios omnipotente, en medio de una colonia que poseía sus propias creencias, así como múltiples divinidades y elementos sagrados (wacas).

Poco a poco, con gran dificultad, logran que el pueblo acepte, reemplace o sincretice costumbres. Es así que se incorporan las festividades en honor al sacrificio de Jesús, que se realizan con todo el rigor y suntuosidad que imponía la época. Estas celebraciones se iniciaban el Miércoles de Ceniza (primer día de la Cuaresma, período en recuerdo de los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto) y marcaba una etapa de ayuno, abstinencia y penitencia.

Estas costumbres, muchas de ellas ya desaparecidas en Lima, aún se conservan en algunos pueblos del interior del país, donde la población se viste de negro, se guarda de fiestas y se prepara con días de ayunos y abstinencias, misas, rosarios.


La Cuaresma arrancaba en Lima con una serie de procesiones, como la de la Amargura o de la Penitencia de Cuaresma. Eran realizadas por las Congregaciones religiosas, Cofradías y Hermandades, entre ellas la de Veracruz, establecida por Francisco Pizarro en 1540, cuya capilla cuenta con un fragmento de la Cruz en la que fue enclavado Jesús (Lignus crucis), enviada por el emperador Carlos V al entonces gobernador del Perú. Hay que destacar que esa reliquia presidía los actos celebratorios de la Semana Santa y la procesión del Jueves Santo, que luego fue transferida para el Viernes Santo.



UNA SEMANA DE RECOGIMIENTO


Procesiones de Semana SantaPropiamente, la Semana Santa comenzaba el Domingo de Ramos. Por las mañanas, la gente vestida con sus mejores ropas, acudía a misa en las diferentes iglesias, donde se bendecían sus ramos de palma y olivo. Por las tardes, a partir de las 5 salía en procesión la imagen del Señor del Triunfo llamada también “Señor del borriquito”. Junto con él marchaba el anda de la Virgen Dolorosa. También la figura de Zaqueo, que cada año se presentaba con vestido diferente según la moda de la actualidad (Jorge Basadre, “Historia Social de la Capital del Virreinato”)

La Banda de Artillería era la encargada de acompañar la procesión, iniciada por el repique de campanas y quema de salvas, en medio del fervor de una población que desde tempranas horas de la mañana se congregaba en la Plaza Mayor. Todos los establecimientos de los alrededores mostraban en sus balcones la fe de un pueblo que aguardaba el cortejo y se preparaba con pétalos de flores para arrojar a su paso. El Presidente de la República y sus familiares, autoridades eclesiásticas, representantes del Estado, se ubicaban en lugares preferenciales para participar de este acto de fe, que duraba más allá de las diez de la noche.


Hasta el jueves, que era otro día marcado por la participación masiva de la población, esta se recogía en sus hogares. La religiosidad era muy fuerte. Por las tardes, tanto en las casas como parroquias, se formaban grupos de oración para rezar el rosario o recordar la Ultima Cena, la Oración del Huerto, la traición de Judas, la detención de Jesús, etc.

Jueves Santo, la población se recogía y se suspendían todos los actos públicos, así como el tránsito de autos y tranvías. Nada de ruidos (ni siquiera radio), risas ni juegos infantiles. Todos tenían que confesarse y vestir de negro, las mujeres no podían usar pantalón y debían llevar en la cabeza un velo, tanto para acompañar la procesión como para entrar en una iglesia.

A partir del mediodía, la gente comenzaba a visitar las iglesias, para recorrer las Siete Estaciones. En la Catedral, el Arzobispo acompañado por los canónigos, realizaba los Santos Oficios y lavaba los pies a doce ciegos, con quienes luego almorzaba. En este recinto sagrado, rindiéndole honores al Altísimo, se colocaban soldados del Ejército con sus cañones y ametralladoras relucientes, vistiendo uniforme de gala con pompón y luto al brazo.

En tanto, en Palacio de Gobierno también se realizaba un almuerzo, tras el cual el Presidente de la República, junto a sus ministros, edecanes y funcionarios salía a recorrer las Estaciones.

El Viernes Santo, la solemnidad era mayor y el ayuno forzoso en todos los hogares. Se consumía pescado y productos del mar. Los enfermos podían comer carne sólo con licencia del sacerdote. En la tarde se acudía a las iglesias a escuchar el Sermón de las Tres Horas y luego a la procesión del Santo Sepulcro, por los alrededores de la Plaza Mayor. Este era un día de mayor recogimiento y silencio, pues se recordaba el sufrimiento de Jesús en la Cruz.

El sábado, luego de la misa a las diez de la mañana, los altares de despojaban de sus cubiertas y lucían cargados de flores. La alegría era contagiante y se vivía la fiesta, dejando de lado el color negro de las vestimentas. Luego de la liturgia, se rompía el silencio de los dos días anteriores con el repique de campanas, salva de camaretazos, cohetes. Las bandas militares tocaban música variada. Todo tenía un olor a fiesta, hasta el agua bendita que se repartía a la salida de los templos.

El Domingo de Resurrección comenzaba con la misa celebrada a las cuatro de la mañana en la Iglesia de San Francisco, que antecedía a la Procesión del Señor Resucitado y San Juan Evangelista. Luego de la celebración católica, la multitud retornaba a sus hogares para volver a la cotidianidad de sus vidas.


FUENTES

BASADRE, Jorge “Historia Social de la Capital del Virreinato”, Edición Antológica Festival de Lima – VII- Historia, Concejo Provincial de Lima, 1959
HERRERA, Jenaro “La Calle de la Vera-Cruz”, Crónicas Sabrosas de la Vieja Lima, Antología, Ramón Barrenechea Vinatea, Tomo I-1969. PATRONATO DE LIMA
Fotos: http://www.angelfire.com/ - Flickr.com/ LeoKoolhoven - Archivo Courret

sábado, 17 de julio de 2010

LA FIESTA DE AMANCAES

Escribe: Lita Velasco Asenjo

Existen dos historias en torno a los orígenes de la fiesta de Amancaes, celebración que tenía lugar todos los 24 de junio en honor de San Juan Bautista. Esta festividad popular, perdida a mediados de 1900, congregaba en épocas de la colonia a cientos de personas que iban a las pampas del Rímac, cubiertas en esa fecha de la flor amarilla convertida desde entonces en emblema de la ciudad de Lima.


Según algunos cronistas, el iniciador de esta costumbre fue el Virrey Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Palata. Fernando Oré – Garro, en “Crónicas sabrosas de la Vieja Lima”, refiere que la fiesta de Amancaes “tiene su punto de partida en 1683, luego de una cacería de venados, tras la cual el virrey organizó un festejo al cual asistieron los miembros de su numerosa y selecta comitiva. En recuerdo de tal acontecimiento, se volvió a repetir el lance para beneplácito de la nobleza limeña que se divirtió hasta el cansancio”.

Otra versión la trae Manuel Vegas Castillo, en una edición antológica, publicada por la Municipalidad de Lima en 1959, donde menciona una leyenda basada en la historia de una doméstica de nombre Rosario Ramos. Era el 2 de febrero de 1582, cuando a la joven se le presenta Jesucristo en un pasaje de su crufixión. Ella atravesaba la pampa llevando unos porongos de leche que su patrona, doña Candelaria Ripacap, enviaba todos los días al prior de los dominicos.

Cuenta la tradición que Cristo le ordenó manifestar a su ama que levantara un templo sobre el mismo lugar donde la imagen del Redentor apareciese grabada en una piedra.

Al día siguiente, la muchacha en compañía de doña Candelaria va en busca del prior, que celebraba una misa en honor a la Virgen de la Candelaria. Enterado de la noticia, el sacerdote organiza una procesión numerosa y sube a la pampa encontrando la piedra tallada.

Convencida del milagro, la señora Ricapac invierte sus bienes y construye una capilla, inaugurada el 24 de junio de 1582, fecha en que conmemoraba el cumpleaños de su hijo Juan, que posteriormente ingresa a la orden religiosa de la Compañía de Jesús.

A la celebración, que se inicia con una misa, concurren el Virrey Martín Enriquez, el Arzobispo Santo Toribio y un concurrido número de fieles. Inicialmente fue de carácter cristiano, pero con el devenir de los años comienza a adquirir características más terrenales, como las partidas de caza (en la zona habían venados y perdices), bailes y excursiones donde no faltaban las comidas al aire libre, regadas con abundante bebida.



COSTUMBRES DEL PASADO



Manuel Atanasio Fuentes, en “Aspectos históricos de Lima” señala que a la pampa iban personas de diferente nivel social, tanto la aristocracia limeña como el pueblo. En los inicios de esta costumbre, la gente se desplazaba en calesas, luego en balancines tirados por caballos y manejados por un negro, que cabalgaba sobre uno de ellos. Había algunos caballeros que solían acompañar el cortejo montados en animales formidables preparados para tal fin.

Con el devenir de los años, además de la llegada del transporte público, se incorporaron otras costumbres, sin embargo, siempre se mantuvo el buen vestir, sobre todo por parte de las mujeres que sacaban a relucir sus mejores galas. Ese era el día propicio para enamorar e intercambiar la flor de Amancaes, que todo visitante recogía para llevarse como un recuerdo del lugar.

La fiesta, que formaba parte de las tradiciones limeñas, comenzaba con la misa en la capilla San Juan Bautista, levantada en la pampa, y visita a la piedra encadenada, que según la tradición oral, fue dominada por Santa Rosa de Lima, quien la confundió con un volcán que amenazaba la ciudad.

Luego ya venían los paseos y el baile, donde la zamacueca era la reina. Se dice que en un principio esta danza no era muy bien vista y se disfrutaba sólo en las casas, lejos de las miradas de los curiosos. Sin embargo, sale a la luz en Amancaes para encandilar con sus acordes. No faltaban los músicos del distrito del Rímac, especialmente los de Malambo, que hacían alarde de su buen oído para sacar melodías con el cajón, que ya gozaba entonces de fama. Manuel Atanasio Fuentes hace referencia de su presencia y lo define como “el alma de la orquesta”, capaz de hacer zapatear a cualquiera a pesar de las garúa invernales que podían caer.

En la pampa también se organizaban concursos y competencias de toda índole, peleas de gallo, carreras y demostraciones de caballos, baile, música y comida, porque este elemento era infaltable. Se armaban carpas y se ofrecían diversas viandas, entre ellas la causa limeña, anticuchos, cebiche, escabeche, chonfolies, butifarras y platillos hechos con los camarones del río Rímac. Todo esto acompañado con pisco o chicha.

 La pampa se cubría de gente, mientras los mayores disfrutaban de la conversación, música y baile, los jovencitos subían a las alturas a buscar un ramito de flores para adornar los sombreros o entregarlos al ser amado.

La fiesta duraba hasta que la luz o el ánimo lo permitían, pues algunos podían quedarse en el lugar incluso días. Pero celebración del 24 era el inicio de una temporada que culminaba aproximadamente en el mes de setiembre, cuando la pampa perdía las tonalidades dadas por la flor de Amancaes, apreciada desde tiempos prehispánicos, como lo demuestran algunos ceramios de esa época.

Con el tiempo, la tradición se fue extinguiendo. En 1927, en un intentó por revivirla, se hicieron concursos de caballos de paso, presentaciones de grupos de danza y música criolla, así como andina. Fue durante el gobierno de Augusto B. Leguía, siendo alcalde del distrito del Rímac don Juan Ríos Alvarado.

Los muchachos de "La Palizada" solían asistir a la Fiesta de Amancaes a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. También eran asiduos Carlos Saco, Pedro Bocanegra, Fernando Soria, Alejandro Ayarza "Karamanduca" y muchos criollos de renombre. Se dice que Incluso Pedro Espinel, acompañado de Félix Dongo, interpretó dos de sus más recientes éxitos y creaciones en dicha fiesta, el vals "Dos reliquias" y la polca "Bom Bom Coronado". Era el 24 de junio de 1938.

Hoy la flor de Amancaes, pese a ser considerada símbolo de la ciudad, está en peligro de extinción, de perderse como ocurrió con la popular fiesta, de la cual nos quedan para el recuerdo el nombre de un asentamiento humano, algunas fotografías, pinturas y canciones. Ahí están el “José Antonio” de Chabuca Granda, el vals de Amador Rivera “Amancaes de ayer”, grabado por los Troveros Criollos o la marinera “San Juan de los Amancaes”, escrita por la poeta Catalina Recavarren con música de Rosa Mercedes Ayarza de Morales.



LEYENDA ARGENTINA



AmancaesEntre los indios Bariloche, existe una historia relacionada con la flor del Amancaes. Esta tiene lugar en la zona conocida como el cerro o monte Tronador, en cuyas faldas vivía Quintral, hijo del cacique de la tribu, admirado por las muchachas de la zona por su valentía, físico y voz seductora.

Pero a él no le interesaban los halagos femeninos, pues estaba perdidamente enamorado de una humilde joven llamada Amancay, a pesar de saber que su padre jamás lo dejaría desposarla, porque su pobreza la hacia indigna de un príncipe. Amancay también sentía un profundo amor por Quintral, y por la misma razón anterior, nunca había confesado su amor.

Sin aviso, se declaró en la tribu una epidemia de fiebre. Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte, y nadie sabía cómo curarla. Los que permanecían sanos pensaban que se trataba de malos espíritus y comenzaron a alejarse de la aldea.

En pocos días, Quintral también enfermó. El cacique, que velaba junto a su hijo despreciando el peligro del contagio, le escuchó murmurar, en pleno delirio, un nombre: Amancay. Su padre, decidido a encontrar alguna cura para su moribundo hijo, mandó a sus guerreros a buscarla.

Amancay, enterada de la agonía de su amado, consultó a “la machi”, la hechicera del pueblo. Esta le dijo que el único remedio capaz de bajar esa fiebre era una infusión, hecha con una flor amarilla que crecía solitaria en lo alto de la montaña. Y se dispuso encontrarla.


Con arduo esfuerzo, Amancay alcanzó la cumbre y vio la flor abierta al sol. Se apresuró a arrancarla para llevar rápidamente la cura a Quintral, cuando un gran cóndor se posó junto a ella. El ave le dijo con voz atronadora que él era el guardián de las cumbres y la acusó de tomar algo que pertenecía a los dioses.

Aterrada, la joven le contó la enfermedad que afligía a Quintral, y que la flor que había tomado era su única esperanza. Al ver las lágrimas que brotaban de los ojos de la humilde muchacha, el cóndor le dijo que la cura llegaría a Quintral solo si ella accedía a entregar su propio corazón. Amancay aceptó, porque no imaginaba un mundo donde Quintral no estuviera, y si tenía que entregar su vida a cambio, no le importaba.


Dejó que el cóndor la envolviera en sus alas y le arrancara el corazón con el pico. En un suspiro donde se le iba la vida, Amancay pronunció el nombre de Quintral.

El cóndor tomó el corazón y la flor entre sus garras y se elevó, volando sobre el viento hasta la morada de los dioses. Mientras volaba, la sangre que goteaba no sólo manchó la flor sino que cayó sobre los valles y montañas. El cóndor pidió a los dioses la cura de aquella enfermedad, y que los hombres siempre recordaran el sacrificio de Amancay.

La machi”, que aguardaba en su choza el regreso de la joven, mirando cada tanto hacia la montaña, supo que algo milagroso había pasado. Porque en un momento, las cumbres y valles se cubrieron de pequeñas flores amarillas moteadas de rojo. En cada gota de sangre de Amancay nacía una pequeña planta, la misma que antes crecía solamente en la cumbre de Ten-Ten Mahuida.

La hechicera salió al exterior, mirando con ojos asombrados el vuelo de un cóndor gigantesco, allá en lo alto. Y supo que los vuriloches tenían su cura. Por eso, cuando los guerreros llegaron en busca de Amancay, les entregó un puñado de flores como única respuesta.

Desde entonces, se teje una tradición: Quien da una flor de Amancay está ofrendando su corazón.


AMANCAES EN LA MÚSICA



JOSE ANTONIO


Vals


Isabel "Chabuca" Granda Larco



Por una vereda viene cabalgando José Antonio,

se viene desde El Barranco a ver la flor de Amancaes;

En un bere-bere criollo va a lo largo del camino

con jipijapa, pañuelo y poncho blanco de lino.

Mientras corre la mañana su recuerdo juguetea

y con alegre retozo el caballo pajarea;

fina garúa de junio le besa las dos mejilla

y cuatro cascos cantando van camino de Amancaes.


Que hermoso que es mi chalán! cuan elegante y garboso,

sujeta la fina rienda, de seda que es blanca y roja;

que dulce gobierna el freno con solo cinta de seda

al dar un quiebro gracioso al criollo bere-bere!


Tú, mi tierra, que eres blanda, le diste ese extraño andar,

enseñándole el amblar del paso ya no gateado.

Siente como le quitaste durezas del bere-bere,

que allá en su tierra de origen, arenas le hacían daño.

Fina cadencia en el anca, brillante seda en las crines,

y el nervio tierno y alerta para el deseo del amo;

ya no levanta las manos para luchar con la arena,

quedo plasmado en el tiempo su andar de paso peruano.


Que hermoso que es mi chalán! cuan elegante y garboso,

sujeta la fina rienda de seda que es blanca y roja;

que dulce gobierna el freno con solo cinta de seda,

al dar un quiebro gracioso al criollo bere-bere!


José Antonio, José Antonio...

Por que me dejaste aquí?

Cuando te vuelva a encontrar

que sea junio... y garúe;

Me acurrucare a tu espalda,

bajo tu poncho de lino

y en las cintas del sombrero

quiero ver los amancaes,

que recoja para ti,

cuando a la grupa me lleves,

de ese tu sueño logrado,

de tu caballo de paso,

aquel del paso peruano!



AMANCAES DE AYER


Vals


Amador Rivera



Veinticuatro de junio,

fiesta tradicional,

se viste de gala

la Pampa de Amancaes;

en ella está el recuerdo

de la Lima que se fue,

¡los muchachos de ahora

lo haremos renacer!


¡Orgullo del Perú,

la música popular!,

en los valses y polcas

nos dejaron su saber:


Tonderos y marineras,

fugas y resbalosas,

tocadas en las guitarras

por los muchachos de ayer.


Augusto y Elías Áscuez,

Pedro Lavalle, Alejandro Sáez,

Manuel y César Andrade

cantaban con Julio Vargas,

cajoneando Juan García,

Bartola, la bailarina,

y en su caballo de paso

el gran jinete Medina.


Carlos Saco, Pancho Ferreira,

también Pedro Bocanegra,

nos dejaron el recuerdo

del Amancaes de ayer;

famosas peleas de gallos,

el giro y el ají seco,

Rosalía, la vivandera…

¡ Recuerdos de mi tierra…!



SAN JUAN DE LOS AMANCAES


(Marinera)


Letra de Catalina Recavarren

Música de Rosa Mercedes Ayarza de Morales



En la faldita del Cerromañanita de San Juan,

con su caballo de pasocaracolea el chalán.

Vamos por ramitos de oro, a las Pampas de Amancaes,

jipijapa y poncho orlado por las Pampas de Amancaes.

Dame, dame, dame, dame,una flor del Amancaes.

Resplandeciente en el cielo la Cruz nos bendice ya,

resplandeciente en el cielo la Cruz nos bendice ya.

Pasito a paso volvemos nochecita de San Juan,

dame, dame, dame, dame,una flor del Amancaes.



FUENTES

MUNICIPALIDAD DEL RIMAC- Gerencia de Participación Ciudadana – Oficina de Imagen Institucional.
BARRENECHEA VINATEA, Ramón – “Crónicas Sabrosas de la Vieja Lima” – Ediciones Peisa, 1969.
GALVEZ BARRENECHEA, José – “Una Lima que se va” – Editorial Continental.
MUNICIPALIDAD METROPOLITANA DE LIMA, Festival de Lima, Edición Antológica – Folklore, 1959.

FOTOS:

Municipalidad del Rímac